¿Quién es Guy Ritchie, realizador de “El rey Arturo: la leyenda de la espada”? Probablemente, un Anticristo más del cine. Entre sus ilustres precursores contamos a Michael Bay (“Transformers”, 2007) y Zack Snyder (“Batman vs. Superman”, 2016). Aunque, hay que decirlo, con “El rey Arturo” Ritchie ha conseguido los méritos suficientes como para igualarlos en cuanto a torpeza narrativa, aparatosidad formal, exabruptos efectistas o barroquismo audiovisual hipertrofiado.
La leyenda de los Caballeros de la Mesa Redonda no es nueva para el cine. De hecho, John Boorman, veterano director –también británico– de clásicos como “Deliverance” (1972) o “La esperanza y la gloria” (1987), ya había llevado, con mejor suerte, la leyenda a la pantalla grande con “Excalibur” (1981). Su estilo realista, más propenso a las tomas largas que a la falsa modernidad de los cortes de edición ultrarrápidos de Guy Ritchie, son un buen ejemplo de lo que hace el cine para humanizar a personajes que viven en los predios del mito popular.
Pero Ritchie no duda de su fórmula, y alcanza otra marca mundial en cuanto a movimientos alambicados de cámara y los más agresivos efectos sonoros. Así se presenta la batalla inicial, con gigantescos elefantes tomados de alguna mala parodia de “El señor de los anillos” (2001). Luego, al consumarse la conquista del castillo de su padre, Uther (Eric Bana), Arturo escapa de las garras de su tío Vortigern (Jude Law), quien con tal de agenciarse el trono es capaz de matar a su hermano.
Es así que esta historia de Camelot imita en mucho a la clásica trama del príncipe destronado por algún miembro de su propia familia. Prototípica historia, también, de cómo el destino devuelve a un heredero legítimo el reino arrebatado por otro. En este caso, el villano –un Jude Law muy a gusto en su papel pérfido y malévolo– mereció mejor suerte.
El planteamiento de Ritchie se dispersa con demasiadas líneas argumentales paralelas. Una de ellas es, por ejemplo, la que tiene en Bedivere (Djimon Hounsou) al líder afrodescendiente de una resistencia que se opone a Vortigern; o a la esforzada Maga (Astrid Bergès-Frisbey), quien debe acompañar al predestinado Arturo (Charlie Hunnam) en su misión.
Y aquí es que podría esgrimirse otro argumento en contra. Es obvia la intención de hacer contemporáneo a un héroe del siglo VI. Como hizo a su vez con su Sherlock del siglo XIX (“Sherlock Holmes”, 2009), Ritchie se esfuerza por hacer ver a su héroe medieval como un malandrín rudo y callejero del siglo XXI, sacado de “Snatch: cerdos y diamantes” (2000), su filme más satisfactorio hasta el momento. Así vemos el crecimiento de Arturo como niño huérfano criado en un burdel por un grupo de amables y sufridas prostitutas, o como un adolescente discípulo de un maestro oriental de artes marciales mixtas, en plena Britania posromana.
Aun así, esas son licencias válidas. No le pedimos verosimilitud histórica a una película sobre el reino de Camelot, pero sí algo de fuerza narrativa, agudeza a la hora de retratar a sus personajes, y un buen espectáculo si queremos ser más o menos convencionales. Lo que sucede con Guy Ritchie es que convierte las cámaras rápidas, los juegos de montaje –constantemente se intercalan las historias paralelas– o los efectos de imagen y sonido en un desbocado carrusel que no deja estar con las criaturas legendarias que vemos, e impide un auténtico disfrute cinematográfico. Y no hay mucho más que decir: la estética del videojuego, llena de una pirotecnia grandilocuente aunque vacía, vuelve a ganar la partida.
AL DETALLE
Puntuación: 1.5 estrellas de 5
Título original: “King Arthur: Legend of the Sword”.
Género: Acción, aventura, drama.
País: Estados Unidos, 2017.
Director: Guy Ritchie.
Elenco: Charlie Hunnam, Astrid Bergès-Frisbey, Jude Law.