Nací en Lima en 1969 (no saquen la cuenta, por favor). Estudié Lingüística y Literatura en la PUCP. He escrito 26 libros. “Malabares en taco aguja” fue uno de los más exitosos. Tengo siete poemarios. Mi pasión son mis dos hijos y, claro, escribir.
Si uno busca en el archivo de El Comercio, encontrará que los registros que se tienen de Josefina Barrón a lo largo de los años dan cuenta de ella primero como poeta, luego como conductora de televisión y después como columnista y escritora de temas que van desde la cultura peruana hasta el rol de la mujer. En una entrevista con este Diario en 1995, una Josefina de 26 años dijo: “Cuando miras un poema, estás mirando un espejo que te está diciendo quién eres”.
—¿Qué le dice el espejo por estos días?
Que sigo siendo una poeta antes que nada. Por más que digan que no lo soy. Lo siento yo y es lo único que importa. Ya no publico mis poemas, hace muchísimos años que los guardo para mí. Pero si tuviera que decirte quién soy yo en el espejo, diría que sigo siendo una niña curiosa con ganas de explorar, de aventurarme, de arriesgarme.
—¿Qué le atrajo de la poesía?
Empecé a escribir poesía a los 10 años. Me senté y le hice un poema a Santorín, el caballo peruano. Lo puse en su tumba. Ahí arranqué a hacer poemas. No eran alegres. Hablaban sobre la ruptura familiar, la ausencia del padre. Era y sigue siendo la manera en que tengo yo de amistarme con la realidad: escribir.
—¿A qué estereotipos se ha enfrentado?
“La pituquita que escribe poesía”, “la niña bien que se cree intelectual” y “la que sus papis le publican sus libros”. Obviamente eso afecta cuando tienes 13 o 14 años. Rocío Silva Santisteban un poco más y me dispara en la cabeza en Somos. Casi me muero. Creo que lloré un mes. Con el tiempo aprendes que cada uno tiene su opinión y que el mundo tiene que ser así, democrático. Tienes que aprender a aceptar que no le vas a gustar a todos y que, sí pues, eres una chica que vive en San Isidro, ¿cuál es el problema? Yo bailo en las peñas más arrabaleras y también en los salones más elegantes.
—Tiene muchas facetas. ¿Con cuál se siente más cómoda ahora?
Veo dos caminos. Uno es el de la identidad peruana, la historia, la cultura, el arte. Y el otro es el de la mujer. Y es una mujer que tiene casa, a la que le fascina el universo masculino y el femenino, y que comienza a entrar a otra etapa de su vida donde la piel cambia y se tiene que preocupar por revisarse por dentro.
—Ha incursionado en el mundo de las biografías. ¿Cómo fue su experiencia con Augusto Felipe Wiese?
Era la primera vez que hacía una biografía. ¿Cuál era el reto con este señor? Tenía diferentes imágenes de afuera, pero no había una imagen integral de él. Pero lo que sí era evidente era que se trataba de un personaje emblemático. Conviví con él durante dos años. Nos volvimos uña y mugre. Me convertí en su confidente, pero con el tiempo él se volvió el mío. Hice un amigo que tenía 92 años. Fue un tiempo muy especial, donde hice un gran lazo de amistad con él y su familia.
—¿Cómo la afectó su fallecimiento?
Yo estuve todos los días en la clínica. Me afectó muchísimo, era un amigo. Hasta hoy lo extraño, por eso tengo su foto en mi mesa, hablo todavía con su familia. Se ha quedado como parte de mi vida.
—¿A qué otro personaje le gustaría retratar así?
Me hubiera gustado hacer algo sobre el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer o sobre Eulogio Fernandini, que además fue un gran pionero de la minería. Augusto Polo Campos me parece un personaje espectacular; Magaly Medina, aunque es muy joven aún. Sabes qué pasa, no es que te tenga que gustar el personaje, es que sea un personaje complejo.
—En “Malabares en taco aguja” habla de la ‘estupidemia’ como un mal que afecta a mujeres que se sienten de una edad que no les corresponde. ¿Le afecta a usted la ‘estupidemia’?
A veces. Cuando se me baja la autoestima se me sube la ‘estupidemia’. Me pongo como una chiquilla idiota, malcriada. Felizmente me dura unos minutos. Cuando pierdo el sentido de la realidad y me encapricho por algo. También me afecta cuando me veo al espejo y veo alguna arruga, y me digo: “Carajo, ya estoy vieja”; luego me doy cuenta de que de vieja no tengo nada. A veces piensas que tu vida se está yendo por el caño, pero tienes que mirar las noticias o que tienes salud y te das cuenta de que estás en el mejor de los mundos.
—¿Qué proyectos tiene en mente?
Estoy haciendo documentales sobre el Perú con miras al bicentenario. Tengo un proyecto sobre el fundador de la Asociación Mundial de Tabla, un peruano llamado Eduardo Arena de 89 años.
—Se ha descrito como un terremoto. ¿Qué la calma?
Una caricia o una buena reunión con una amiga, sobre todo un cariño, un abrazo fuerte. Como una chiquita que hace pataleta. En ese sentido, todavía sigo siendo una niña.