Si algo atrae y al mismo tiempo perturba a los lectores de Alina Gadea (Lima, 1966) es ese matiz sórdido y sinuoso que recorre sus ficciones. Hay en ellas una tendencia a ilustrar las humillaciones y la crueldad que enturbian las relaciones humanas e incluso los estados mentales de sus criaturas, quienes suelen habitar un laberinto de maternidades enfermas. En “Otra vida para Doris Kaplan” (2009) la madre es una señora violenta y autoritaria (a la manera de “La pianista” de Elfriede Jelinek) que somete y denigra a su hija hasta el límite de un duelo inevitable. Por otro lado, en “Destierro” (2017), se describe la horrible infancia de uno de los protagonistas, que en la escena más chocante es obligado a ir semidesnudo a una presentación escolar por culpa de su indolente y excéntrica progenitora.
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