“¡Me llega al pin**o este concierto de mier** porque estoy asado! Pero vamos a ver si sale chévere...”. Alexis Korfiatis está desatado. Es marzo del 2013, en medio del Festival Rock en Ate, y nadie puede controlar las incoherencias que el vocalista, convertido en involuntario émulo de Johnny Rotten o Sid Vicious, dice en el micrófono, parado en el escenario sin atinar aún a cantar. “¡Esta canción se la dedico a ustedes, hijos de p***, porque son una maldita generación perdida y me llegan al pin***!”, agregó Korfiatis instantes después, para delirio de un público que, más allá de sus exabruptos, seguía expectante y atento a su música. Esa misma noche, en medio de gritos, confusión y desatinos –que incluyeron el abandono del escenario de Mauricio “Mapache” Llona, harto de la situación-, Alexis lanzó su guitarra bruscamente, pateó los amplificadores y salió del escenario. A pesar de que esta no era la primera ocasión en la que los excesos perjudicaban, no solo el espectáculo, sino también la armonía entre los miembros del grupo, la noche de Ate fue la gota que rebalsó el vaso y se convirtió en la última presentación de la banda con su formación original.
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