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“Esto parece un cementerio y no un concierto de rock”: Fito Páez y su incómodo show en Lima entre vasos rotos y reclamos
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“Páez Tecknicolor” – título de su gira que evoca el éxito de su disco “Circo Beat”– apuntó a la nostalgia de sus primeros conciertos: al romanticismo de un primer amor y a esos recuerdos que siempre vuelven acompañados de una canción. Ese mismo repertorio presentó Fito Páez la noche del martes en Costa 21, donde, ante un público que no lo acompañó, errores en las luces y la producción, la frustración terminó marcando el tono de la velada.
Fito apareció treinta minutos después de las 9:00 p.m., vestido de traje y con su tímida sonrisa característica, antes de sentarse frente al piano que tantas veces ha hablado por él. A su alrededor, una banda lo acompañaba. De pie, los dirigió con una batuta imaginaria, se giró, aplaudió, y el público también lo hizo. Fito les devolvía la mirada, y en el panorama observaba sillas blancas que llegaban hasta unas tribunas que también gritaban su nombre.

Tras tocar “El mundo cabe en una canción” y “11 y 6″ llegaron algunas de sus primeras palabras: “Enciéndanse unos a otros. Esto no es un espectáculo para ver, se tiene que vivir”. Luego empieza, con megáfono en mano, a presentar “Circo Beat”. Las luces blancas hacen ondas, se expanden y regresan de arriba para abajo en repetición. Aunque muchos corean las letras, otros tantos miran expectantes y la gran mayoría graba. El tema finaliza y el cantante esboza nuevamente una sonrisa: “Amo Lima. Los amo como la puta madre, me encanta estar aquí y enamorarme de las limeñas”. Fito ríe y el público ríe con él.
Entre canciones, la gente grita al unísono “¡Fito!”, a lo que el cantante responde mandando besos al público. Con “Un vestido y un amor”, tema que conmueve profundamente, la escena se carga de emoción: padres abrazan a sus hijos, parejas se besan y los matrimonios de años se vuelven a mirar con aquella pasión adolescente, mientras quien perdió a su pareja llora desconsolado. “Salud, Lima”. Y latas de cerveza se alzan en complicidad.

“Te vi, te vi, te vi / Yo no buscaba a nadie / y te vi”, concluye el tema. Y le continúan canciones que hablan de política de forma sutil, del amor en todas sus expresiones y de aquellos sentimientos que el público resume en aplausos o lágrimas. En los coros la gente sigue el juego al artista, y sus caras se moldean a los acordes que Páez formula con sus 62 años. Canta a capela, sus músicos dejan sus instrumentos y acompañan, así como algunos gritos del público que, al ser pocos, resaltan más.
“Y dale alegría a mi corazón” da cierre a la primera parte de su concierto, que deja en su haber palabras sueltas en inglés. Un llamado a las revoluciones primordiales que invitan a replantearse la vida. Y a algún enamorado explicando a su pareja qué significa cada metáfora de cada canción de Fito, por si “llueve sobre mojado” no se entendiera.

El desamor después del amor
El augurio que anticipaba la frustración de Fito Páez se evidenciaba desde el inicio: Pantallas en blanco y negro mostraban al cantante en su show “Páez Tecknicolor”. Las luces acompañaban a un Fito que parecía más rápido que los reflectores que lo iluminaban, dejándolo a oscuras repetidas veces. Dejando de lado pequeños detalles de la primera parte, Fito regresa con un outfit multicolor que resalta entre un concierto de luces que evocan al cine noir, y no a la festividad y alegría del cantante.
Empieza “La rueda mágica”, y muchos regresan corriendo a sus lugares, imaginando que estaban en un teatro con intermedio de 15 minutos. Fito continúa cantando y reclama a la producción: “Prendé todo, Gerónimo, prendé a la gente, prendela toda. Esto parece un cementerio y no un concierto de rock”. El tema sigue al ritmo de la guitarra, saxofón y teclado, y Fito vuelve a cantar

La noche sigue con temas como “Maldivina y Turbialuz”, y aparece un nuevo reclamo a la producción: “¿Sí les llega el volumen? ¿Les llega el sonido allá atrás?”. Pone a prueba al público de forma sutil. Levanta el micrófono y los deja cantar “Tumbas de la gloria”. El público se la canta de memoria, explota en saltos y aplausos, mientras Fito retoma el concierto, no sin antes dirigirse a los laterales para conversar con producción mientras señala las luces.
Tras ese momento, Fito manda el primer tema popular de la noche, para aquellos que, sin conocerlo, se enganchen y disfruten. Empieza “El amor después del amor”. Se da la vuelta y le da instrucciones precisas a los músicos que lo acompañan, quienes se equivocaron en unos detalles previos. Continúa el tema y coge el micrófono nuevamente: “A ver si nos despertamos un poquito, no sé qué está pasando, hay una mierda cósmica que está invadiendo el mundo y los está durmiendo a todos. Esto es todo lo contrario, aquí se viene a vivir y a gozar”, y continúa brevemente el tema para concluir.

Vuelve al piano, el reflector persigue la sombra de Fito para encontrarlo, a su ritmo, en el piano. “Brillante sobre el mic” empieza: “Recuerdos que no voy a borrar / personas que no voy a olvidar”. Breve comentario de Fito: “Dejen el teléfono, che”, y continúa. “Aromas que me quiero llevar / silencios que prefiero callar”. Otro comentario: “Dejen eso, che”, y sigue. La respuesta del público es girar el celular para iluminar el recinto con luces de linterna. Fito sonríe nuevamente.
Son las 10:50 y empieza “A rodar mi vida”, y el Costa 21 estalla en bailes improvisados, saltos y coros. El ambiente le gusta a Fito, mantiene la sonrisa y continúa el tema prolongándolo un poco más, a la espera de que esa sea la imagen final de una segunda parte que apuntaba a soltar hits y furor del público, entre los que se disputaban algunos asientos numerados y otros quienes debían permanecer parados argumentando que compraron entradas para asientos en filas que nunca aparecieron.

Luego de “Mariposa Technicolor”, la noche se va apagando con un público que parece volver a enfriarse. Cámaras se alzan, Fito se queda viendo al público, se coge el pelo, incómodo. Da su último descargo durante el tema: “Pará todo, el que está en luces, apagá. Sepan disculpar, parece un cementerio esto, no va con una fiesta de rock, disculpen, la vamos a tocar bien para la siguiente vez, muy en serio”.
Coge la guitarra, presenta rápidamente a la banda, no espera palmas, se acerca al micrófono y patea el atril: cae con las partituras y las sigue pateando para luego iniciar, sin aviso, su último tema: “En esta puta ciudad / todo se incendia y se va / matan a pobres corazones / matan a pobres corazones”. Deja la guitarra y vuelve al piano, empuja con fuerza los vasos de agua aventándolos al suelo.
Se levanta una última vez para continuar: “En esta puta ciudad / todo se incendia y se va / matan a pobres corazones”. Señala al público con una letra que parece más un descargo, y por si las metáforas no fueran claras -y las explicaciones de los enamorados a sus parejas quedaran poco concisas- Páez lo deja claro antes de irse: “Buenas noches, Lima, hay que terminar con el horario. Salud, dinero y amor para todo el mundo. Y a despertar, que el mundo está vivo”. Se va con luces que, por primera vez, aciertan en el cantante que se retira sin más.
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