
Para quien baila de verdad, el secreto de la salsa no está en los pies. Ni en las vueltas que uno le dé a la pareja. Está en el oído. Separar cada instrumento hasta encontrar la “clave del son”. El golpeteo que marca el paso, aquello que le da sentido al movimiento del cuerpo. El resto es pura experiencia, ya sea ganada en salsodromos o en una reunión familiar. La noche del sábado, Victor Manuelle, Marc Anthony y Rubén Blades pusieron a prueba la audición de casi 50 mil salseros quienes mostraron sus mejores pasos la noche del jueves en el Estadio Nacional.
Poco después de las siete, Victor Manuelle ingresó con sus temas clásicos. Sin apresurarse, con un show de luces y bailarines que animaban cada canción. Gritos del público acompañaron sus clásicos, y otros éxitos que hoy suenan en algunas discotecas salseras de la capital. Las mismas que en su momento recorrió de forma inadvertida para los novicios en el arte de bailar pegado canciones románticas.

Pero la verdadera sorpresa llegó con una canción generada con inteligencia artificial -en la práctica un collage-, una mezcla entre su tema “Otra noche más” y algunas partes de la canción “Deseándote”, en la voz recuperada de Frankie Ruiz. La gente aplaudió el homenaje. Siguieron temas emblemáticos como “Que locura enamorarme de ti”, “Ven devórame otra vez”, “Lobo domesticado” o “Casi te envidio”, que convirtieron el estadio en una pista de baile con olor a cerveza, cigarro y recuerdos.
Víctor Manuelle tenía poco más de 20 años cuando esas canciones ya eran éxitos. Cuatro años después debutaría como solista apostando por la salsa romántica, criticada por los amantes de la salsa dura, pero celebrada por las parejas que cantaban pegadas por las letras que hoy despiertan nostalgia.

La gran fiesta de Marc Anthony
Unos minutos de pausa, silencio y oscuridad en el escenario. Cervezas van y vienen, chicles, cigarros y alguna golosina. La multitud se acomoda. El Estadio Nacional se llena. Marc Anthony hace su aparición y miles de cámaras apuntan al puertorriqueño-estadounidense que viste jeans, camisa y blazer negros. Las dos primeras canciones ya circulan en redes sociales. La tercera queda para el recuerdo: quien puede, coge a su pareja; quien no, una mano a la barriga, la otra con la cerveza en alto. Y a bailar.
De aquella primera presentación de Marc Anthony queda el recuerdo de una conferencia de prensa a la que la prensa no fue. También una pequeña gira donde no cobró un sol: solo pidió viáticos para dos personas, comida, hotel y transporte. Al acabar una canción, sentencia: “Todo para mí comenzó aquí, en Perú. Ustedes me dieron la fe, el ánimo para seguir con mi carrera. Esto es para ustedes”.

Comienza “Vivir mi vida” –éxito originalmente interpretado por Khaled como “C’est la vie”–, y las luces de colores iluminan de amarillo, azul y rosa al público, mientras suena: “Voy a vivir el momento / Para entender el destino / Voy a escuchar en silencio / Para encontrar el camino”. Baja el micrófono. El estadio repite el coro al unísono. Luego, silencio.
Marc Anthony mira al público en silencio, que pide una más. Los observa por más de un minuto. Se sienta. Contempla la multitud que espera su siguiente gesto, movimiento o palabra. A sus 56 años, ve su éxito traducido en miles de peruanos con las manos alzadas. Se pone de pie, hace una señal a la banda y la fiesta sigue. La entrega es absoluta, hasta las últimas palabras del artista, ya con la bandera peruana en mano: “...Ay, Lolita linda, tú eres mi tesoro”.

Un salsero tiene algo que decir
La pantalla muestra una gran bola disco. Una orquesta entera inicia con trombones y trompetas. Un hombre camina con el tumbao de los veteranos, manos sobre maracas decoradas con banderas de Panamá. Usa un sombrero porkpie y zapatos de vestir por formalidad. Sujeta el micrófono y empieza con “Plástico”, con algunas modificaciones: “...por aquellos peruanos que luchan por otro día más de dignidad”.
Le sigue el clásico “Decisiones”, con caricaturas suyas en pantalla. Juegos de palabras van y vienen, y los que pueden intentan seguir el ritmo. Muchos otros se quedan quietos. Una señora explica a su hija: “A Rubencito se le escucha”. Miles corean sus canciones, mientras el cuerpo descansa, aunque el pie sigue marcando el paso.

Hace 42 años, el mismo Rubén Blades se presentaba frente a un público similar, micrófono en mano, vestido elegante, en la Feria del Hogar, con Los Seis del Solar. Él mismo lo recuerda antes de cantar “Todos vuelven”. Esporádicamente, alguna frase se le escapa: “Ya pasó un tiempo...”.
La noche continúa con “Siembra”, tema homónimo de uno de los discos más vendidos de la historia de la salsa. Blades canta y el resto escucha. Las mareas de gente se calman. El mensaje llega por donde puede. Se escucha: “Gracias Willie, gracias Perú”.
A pesar de la nostalgia, retoma el motivo de su visita: su último disco, "Fotografías". Canta el tema que retoma esa memoria que inició Víctor Manuelle con canciones del recuerdo. Entre las frases, una modificación: menciona a “...Vargas Llosa”, y también hace una referencia a Alianza Lima. Mitad del estadio grita; la otra mitad se pregunta cuándo se hizo hincha del club blanquiazul.

El sonido de los timbales y el teclado abre paso a un tema icónico. Los sentados se ponen de pie, las parejas se abrazan y todos recuerdan sus propias historias. “Esta canción está dedicada a la madre de Víctor Manuelle, quien falleció hace poco”, comenta como preludio a “Amor y control”, que el público corea con emoción. Algunas lágrimas se asoman y otros dedican palabras mirando al cielo.
Al terminar la canción, vuelve a mencionar a Alianza Lima, mientras los curiosos googlean su vínculo con el equipo. La energía regresa. Antes de iniciar el siguiente tema, la hora apremia, se omite una canción y suenan las alarmas de las patrullas: luces rojas y azules iluminan el estadio. Comienza “Pedro Navaja”, el último tema del repertorio.

Ya pasada la medianoche, Daniela Darcourt sube al escenario con su repertorio. El baile vuelve a encenderse, las últimas cervezas se vacían, y todo empieza de nuevo para el bailador. “Ahora sí baila lo que quieras, voy a descansar”, dice la señora a su hija, que toma el relevo de un evento que demostró que la salsa no solo es baile, también es historia, homenaje y corazón.
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