Cuando Mijaíl Gorbachov visitó Pekín en mayo de 1989 para concretar la primera cumbre chino-soviética en 30 años, los dos mayores Estados comunistas del mundo enfrentaban encrucijadas históricas.
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En la plaza de Tiananmén de esa ciudad, estudiantes y trabajadores reclamaban reformas democráticas, en protestas descritas como el mayor desafío al Estado comunista en China desde la revolución de 1949.
Gorbachov, por su lado, impulsaba transformaciones políticas y económicas en la Unión Soviética (URSS) que, de hecho, inspiraban a muchos de los manifestantes en Pekín.
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Sin embargo, pocos meses después ese mismo año, comenzaría el sorpresivo desplome de la URSS con la caída del Muro de Berlín que separaba al mundo entre Este y Oeste.
En cambio, el Partido Comunista Chino (PCCh) saldó sus divisiones internas sobre cómo responder a las protestas domésticas con un triunfo de su línea dura, y la consiguiente masacre de manifestantes en Tiananmén estremeció al mundo.
Este jueves, el mismo PCCh celebra el centenario desde su fundación en 1921 afianzado como uno de los partidos políticos más poderosos del planeta, con una influencia que ha llegado incluso a América Latina.
Lejos de considerar este desenlace como fortuito, los expertos observan diferencias cruciales entre el comunismo chino y soviético que explican por qué uno sobrevive en el poder mientras el otro desapareció.
“Lo interesante es que, pese a que tanto el sistema soviético como el chino adoptaron la forma de partido leninista como principal vehículo político, en la URSS eso condujo a la atrofia y esclerosis, mientras en China sigue siendo una organización adaptable y flexible”, dice Anthony Saich, profesor de asuntos internacionales en la Universidad de Harvard, a BBC Mundo.
“Reinventarse para sobrevivir”
Tras su fundación y hasta tomar el poder bajo el liderazgo de Mao Tse Tung, el PCCh desarrolló una revolución local con características propias durante casi tres décadas.
Saich, autor del libro “De Rebelde a Gobernante: 100 años del Partido Comunista Chino”, señala que eso dio al grupo experiencia en el manejo de distintos entornos antes de ejercer el poder y supone una diferencia principal con los comunistas soviéticos.
A partir de entonces la República Popular China liderada por Mao atravesó varias etapas, desde “El Gran Salto Adelante” para industrializar la economía hasta la “Revolución Cultural” para acabar con rivales políticos.
Millones de personas murieron en esos períodos, principalmente por la hambruna tras una insuficiencia alimentaria entre 1959 y 1961, pero también como resultado de la persecución política desatada en 1965.
Sin embargo, Saich destaca que el PCCh “pudo reinventarse para sobrevivir a esos traumas que habrían derribado a casi cualquier otro partido” y luego demostró “ser muy flexible desde 1978” con la reforma y apertura impulsadas por su líder Deng Xiaoping.
A su juicio, este pragmatismo chino marcó otra diferencia con la URSS, que ya había alcanzado una mayor industrialización cuando entró en problemas y la “esclerosis” del sistema frustró las reformas económicas de Gorbachov.
Mario Esteban, investigador principal del Real Instituto Elcano, explica que tras los cambios implementados por Deng el PCCh combinó el mantenimiento de un régimen de partido-Estado con un capitalismo de Estado.
“El sistema capitalista en China ha tenido o tiene mucho más peso del que nunca tuvo en la URSS”, dice Esteban, quien también es profesor de estudios de Asia oriental en la Universidad Autónoma de Madrid, a BBC Mundo.
El progreso económico de las últimas décadas le permitió a China mejorar la calidad de vida de su población y al PCCh evitar nuevas protestas como las de Tiananmén, incluso sin aplicar reformas democráticas como las de Gorbachov.
En los últimos tiempos el actual presidente chino, Xi Jinping, ha dejado claro que está resuelto a mantener el poder del PCCh con una falta de espacios para opiniones disidentes, al igual que la URSS lo hizo durante su existencia.
La paradoja latinoamericana
Otra diferencia que destaca Esteban entre el comunismo chino y soviético es que la revolución maoísta se basó más en los campesinos que la revolución rusa, donde fue clave el proletariado industrial.
Por otro lado, tras llegar al poder el maoísmo promovió una prédica más beligerante contra Occidente que la URSS, que abogaba por una “coexistencia pacífica” dentro de la Guerra Fría, uno de los factores detrás de la ruptura sino-soviética en la década de 1960.
Tanto el carácter rural de la revolución maoísta como la actitud combativa de su líder con el mundo capitalista hicieron que algunos izquierdistas en América Latina vieran a China como un modelo a seguir.
De hecho, en los años ’60 surgieron partidos comunistas “prochinos” en Brasil, Bolivia y en todos los países de la costa del Pacífico sudamericano.
Marisela Connelly, una experta en historia china del Colegio de México que estudió ese fenómeno, sostiene que los países de la región que más influencia tuvieron del maoísmo son Colombia y Perú, donde grupos con esa tendencia política como el Ejército Popular de Liberación y Sendero Luminoso respectivamente practicaron la lucha armada durante décadas.
Durante la Guerra Fría, explica Connelly a BBC Mundo, China dio a organizaciones de la región alineadas con su partido comunista cierto apoyo ideológico, cooperación agrícola y en algunos casos entrenamiento guerrillero.
Pero la influencia del PCCh fue mucho mayor en otras regiones, comenzando por el sudeste asiático, y ningún grupo maoísta latinoamericano alcanzó el poder o estuvo cerca de ello.
En cambio, sin ser vista ya como un modelo ideológico o revolucionario, China logró en los últimos 20 años una influencia inédita en América Latina con su creciente poder económico, volviéndose un socio comercial y financiero clave en la región.
“Lo interesante también es que los países latinoamericanos ahora sí están viendo a China como una opción, a pesar de lo que se está dando esta relación asimétrica en lo económico”, razona Connelly.
“Es como otra paradoja de la historia”.
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