Fotografía de archivo de 18 de enero de 2023 del logo de la Organización de los Estados Americanos (OEA). / EFE/ Lenin Nolly ARCHIVO.
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“La OEA en la encrucijada: entre la burocracia y la relevancia regional”, por Irma Montes Patiño
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“La OEA en la encrucijada: entre la burocracia y la relevancia regional”, por Irma Montes Patiño

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La Organización de Estados Americanos (OEA) enfrenta hoy su crisis existencial más profunda desde su fundación en 1948. El programa-Presupuesto 2026 presentado por el secretario general desnuda con honestidad inusual una realidad inquietante: la OEA ha perdido el rumbo y, con ello, la confianza de quienes debería servir. En un documento reciente se reconoce con mucha candidez y realismo el escepticismo generalizado sobre su relevancia y efectividad, un reconocimiento que por sí mismo constituye una señal de alarma imposible de ignorar. Cuando una institución multilateral debe justificar públicamente su razón de ser, significa que la percepción de irrelevancia se ha convertido en un consenso peligroso.

El problema de fondo no es meramente financiero, aunque los números sean alarmantes. Con un fondo regular de apenas 90 millones de dólares que depende críticamente de unos pocos Estados miembros, la OEA ha quedado atrapada en una paradoja perversa: no puede ejecutar los mandatos que recibe porque carece de recursos, pero no recibe recursos porque no demuestra capacidad de ejecución. Esta espiral descendente se alimenta de un desequilibrio estructural entre las expectativas depositadas en la institución y los medios reales para cumplirlas. Los Estados miembros continúan aprobando resoluciones y mandatos como si la capacidad operativa fuera elástica, cuando la realidad muestra una institución exhausta intentando hacer todo y no logrando nada con excelencia.

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Más preocupante y crítico resulta el deterioro interno del capital humano. La organización ha recurrido sistemáticamente a contratos de consultoría para mantener funciones esenciales, reflejando no solo precariedad presupuestaria sino ausencia de visión estratégica. Empleados trabajando fuera de sus áreas, personal prestado entre departamentos, silos burocráticos y cultura organizacional fragmentada son síntomas de una institución que ha normalizado la disfunción. La baja moral del personal no es causa sino consecuencia de operar donde la improvisación ha reemplazado a la planificación y la estabilidad laboral es privilegio de pocos. Cuando una organización no puede ofrecer certidumbre a quienes trabajan en ella difícilmente podrá proyectar confianza hacia quienes supuestamente representa.

El problema trasciende lo administrativo para instalarse en el terreno de la identidad institucional. La OEA ha quedado atrapada donde procesar resoluciones y organizar reuniones se ha convertido en fin y no en un medio. Las oficinas nacionales operan sin estrategia clara, los programas se superponen y la ausencia de métricas genuinas permite que la actividad se confunda con efectividad. Mientras Latinoamérica enfrenta crisis migratorias sin precedentes, transformaciones tecnológicas disruptivas, amenazas climáticas urgentes y desafíos democráticos complejos, la OEA se debate en discusiones procedimentales y reportes que nadie lee.

La cuestión fundamental no es si la OEA debe existir sino para qué debe existir en el siglo XXI. El multilateralismo hemisférico necesita reinventarse desde premisas distintas. Los Estados miembros no requieren otra plataforma de discurso político. Lo que demandan es una institución capaz de generar valor agregado tangible, de ofrecer servicios especializados que individualmente no podrían desarrollar, de facilitar coordinación efectiva donde la acción colectiva multiplica resultados. Esto implica transitar desde un modelo de presencia universal y difusa hacia uno de especialización estratégica y excelencia demostrable en áreas específicas.

Este reposicionamiento estratégico requiere transitar desde el aparato burocrático multilateral tradicional hacia una plataforma genuina de valor agregado donde los Estados miembros perciban retorno tangible de su inversión. Esto implica valentía política para ejercer el poder del no, para rechazar mandatos que suenan políticamente correctos pero carecen de viabilidad operativa o impacto medible. Significa establecer un portafolio concentrado donde la OEA pueda demostrar excelencia indiscutible: certificaciones regionales en gobernanza con peso real en mercados internacionales, plataformas tecnológicas compartidas para gestión de crisis, centros de excelencia en mediación electoral, combate a la corrupción transnacional o gestión de flujos migratorios donde la coordinación hemisférica multiplique capacidades nacionales. La clave está en pasar de la lógica de presencia universal a la lógica de impacto demostrable, donde cada programa justifique su existencia por los resultados concretos que produce y el costo-beneficio que representa para quienes lo financian.

Esto requiere transformar el modelo de financiamiento desde su base, diversificando fuentes mediante asociaciones estratégicas con sector privado, instituciones financieras regionales y mecanismos innovadores como fondos de impacto con retorno social medible. Implica profesionalizar radicalmente la gestión interna, eliminando la dependencia de contratos precarios y construyendo equipos estables de alto desempeño. Demanda establecer sistemas rigurosos de monitoreo donde cada área rinda cuentas públicas mediante indicadores transparentes consultables en tiempo real. Y sobre todo exige un liderazgo dispuesto a confrontar inercias institucionales, desmantelar feudos burocráticos y apostar por la excelencia sobre la mediocridad confortable.

La alternativa a esta transformación profunda no es el estancamiento sino la irrelevancia terminal, ese lugar donde las instituciones sobreviven formalmente pero mueren funcionalmente, convirtiéndose en cascarones vacíos que nadie extrañaría si desaparecieran. América necesita una OEA vital, pero solo si está dispuesta a dejar de ser lo que ha sido para convertirse en lo que debe ser.

(*) Irma Montes Patiño es licenciada en Relaciones Internacionales de la George Washington University

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