Mil días de guerra en Ucrania no han sido suficientes para eliminar la amenaza nuclear. Por el contrario. En un hito en el conflicto iniciado por Moscú en febrero del 2022, el presidente Vladimir Putin aprobó el martes 19 una nueva doctrina nuclear que permite respuestas con armamento nuclear ante ataques convencionales que amenacen su soberanía. La decisión, que amplía las posibilidades del Kremlin de utilizar este tipo de armas, llegó en respuesta a los disparos de misiles estadounidenses de largo alcance desde suelo ucraniano hacia su país.
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La doctrina, que sustituye a la promulgada en el 2020, considerará “ataque conjunto” la agresión de un país que carezca de armamento atómico, pero que tenga el respaldo -implique o no su participación directa- de una potencia nuclear. Ucrania no tiene armas nucleares, pero Estados Unidos, su aliado, sí.
La escalada encendió las alarmas de las potencias occidentales aliadas de Kiev, que calificaron de “irresponsable” la actualización en la doctrina nuclear rusa. Si bien Latinoamérica no es un actor clave en la guerra en Ucrania, el contexto es propicio para recordar las razones por las que nuestra región es considerada una zona libre de armas nucleares, así como para analizar cómo podría verse afectada en caso de un conflicto nuclear.
América Latina renunció a las armas nucleares con el Tratado de Tlatelolco, de carácter regional, y con el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, un pacto de alcance mundial. El primero se negoció en 1967 y entró en vigor en 1969 y el segundo se negoció en 1969 y entró en vigor en 1970. En virtud de ambos tratados, los países que querían o tenían aspiraciones de ser países con armas nucleares, como lo fueron en su momento Brasil y Argentina, desistieron de sus programas nucleares y decidieron abocarse a otra forma de relacionarse con el mundo.
“El Tratado de Tlatelolco, hace que toda América Latina y el Caribe sea una zona libre de armas nucleares. De hecho, hasta hoy es la zona más grande libre de armas nucleares que hay en el mundo y una zona pionera al ser la primera zona libre de armas nucleares habitada”, dice a El Comercio Carlos Umaña, miembro de la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN) y de la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear.
¿Por qué se adoptó este acuerdo? Aunque el mundo ya había vivido los horrores de Hiroshima y Nagasaki, en Latinoamérica fue la crisis de los misiles en Cuba en 1962 la que propició la voluntad política para el tratado. Previamente, en los 50, había habido una voluntad de generar un tratado similar en la región, pero no fue sino hasta la década del 60 cuando todo el mundo sintió el riesgo de una guerra nuclear a gran escala, que los países latinoamericanos empezaron a movilizarse en contra de esta posibilidad.
Román Ortiz, analista español experto en seguridad internacional, detalla que solo dos países de la región llegaron a desarrollar la capacidad para enriquecer uranio, que es la clave para tener armas nucleares.
“Brasil y Argentina lo hicieron durante las dictaduras militares y como parte de sus aspiraciones a convertirse en una gran potencia. Sin embargo, los dos países firmaron un acuerdo entre ellos para abandonar esa propuesta por dos razones, la primera fue el final de las dictaduras y la segunda fue la fuerte presión de Estados Unidos”, dice a este Diario.
El experto señala que si bien Argentina ha abandonado cualquier idea de ese tipo, como lo prueba la reducción de sus capacidades militares y de su presupuesto de defensa, el caso de Brasil es distinto pues este país está construyendo un submarino de propulsión nuclear, que, aunque no es una nave con armas nucleares, usa un reactor nuclear para propulsarse, lo que le da unas capacidades muy particulares porque puede permanecer mucho tiempo en inmersión, no necesita pasar por puerto durante mucho tiempo, etc.
Si bien de vez en cuando algún político trae a colación el tema nuclear en la región, hasta ahora la tónica ha sido más bien de rechazo a esta posibilidad. “Lo más cercano que ha habido es el desarrollo de submarinos con combustible nuclear por parte de Brasil, que no son armas nucleares propiamente, sino armas que son propulsadas por combustible nuclear, pero eso es otra cosa”, añade Umaña.
La región ante un posible conflicto nuclear
Las armas nucleares son tan potentes y pueden tener efectos tan devastadores que, aunque su uso se haga en una proporción pequeña, es inevitable que todo el mundo pague, de una u otra forma su uso. ¿Cómo se vería afectada la región?
En primer lugar, Umaña enfatiza que Latinoamérica y el Caribe no constituye una zona que sea propensa a un ataque directo con un arma nuclear. Sin embargo, la región definitivamente sufriría los efectos de una guerra nuclear a gran escala. No se trata de la distancia geográfica, sino que todo el planeta es vulnerable ante un conflicto de ese tipo.
“Cuando hablamos de una guerra nuclear, no podemos pensar en las guerras mundiales que duraron años. Una guerra nuclear no duraría años, ni siquiera meses o semanas, duraría minutos. Del arsenal nuclear global, que es de unas 12.000 armas, hay aproximadamente 4.000 desplegadas, y de esas 4.000 desplegadas hay 2.000 que están en estado de alerta máxima, es decir, que están listas para ser detonadas en minutos y que ya tienen sus blancos. Ahora, esos blancos muy difícilmente están en Latinoamérica y el Caribe porque Latinoamérica y el Caribe precisamente no tienen armas nucleares”, dice Umaña.
Es decir, el experto defiende que, al no tener armas nucleares, la región no va a ser blanco de un arma nuclear, porque las armas nucleares van orientadas a atacar a otro país que tiene armas nucleares para destruir esos arsenales. “Dichosamente, no tenemos armas nucleares frente a este escenario, y dichosamente también no hay ningún país que albergue armas nucleares, porque eso también los convertiría en un probable blanco”, señala.
“No es una cuestión de distancia, es una cuestión de blanco estratégico. Actualmente los misiles balísticos intercontinentales pueden atravesar el mundo entero en algo más de 26 minutos. No es una cuestión de que estamos muy lejos de la guerra nuclear, lo que pasa es que el intercambio se daría entre los países que no están en América Latina y el Caribe”, agrega.
De hecho, en el hemisferio sur en su totalidad no hay posibles blancos militares, porque incluso Australia, que es parte de una alianza militar, no tiene un albergue de armas nucleares estadounidenses. Por ello, el experto afirma que el problema sería principalmente en el hemisferio norte, que es donde sería el intercambio de ataques de ese tipo y donde las poblaciones sufrirían las principales consecuencias
Ahora, el no ser un blanco directo de las armas nucleares no nos exime de las consecuencias globales que sucederían, como la destrucción de la capa de ozono, la radiación que se propagaría globalmente o el invierno nuclear que afectaría gravemente al resto del mundo.
Ortiz plantea otra consecuencia del uso de armas nucleares en la guerra. Recuerda que, en términos globales, muchos países renunciaron a desarrollar sus propios arsenales nucleares por razones de carácter jurídico al firmar acuerdos, pero también por motivos de carácter estratégico, al considerar que Estados Unidos iba a garantizar su seguridad, como es el caso de Alemania, Japón o Corea del Sur.
“Pero si Estados Unidos rechaza la posibilidad de garantizar la seguridad de estos países, es muy probable que muchas de estas naciones opten por desarrollar sus propias armas nucleares. Si tenemos ese aumento tan rápido de países con capacidades nucleares, evidentemente los incentivos para que Brasil cambie de política van a crecer. Esto no quiere decir que lo hagan de manera automática o de que lo vayan a hacer siquiera, pero una vez que se ha roto la presa que contenía las ambiciones nucleares de la mayor parte de los países, muchos pueden verse obligados a tener que desarrollar un arma nuclear”, alerta.
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