En ese repositorio de joyas en que se ha convertido YouTube hay un video –que ya cumplió más de 40 años– que es una delicia futbolera.
Mundial Alemania 74. Minuto 85 del Brasil vs. Zaire, último de la fase de grupos de ambas selecciones. El Scratch se impone 3 a 0.
El árbitro ha pitado una falta cerca del área africana. Rivelino y compañía ya terminaron de deliberar quién se encargará de cobrar y, de pronto, de la barrera zaireña sale despedido como un poseso hacia el balón Ilunga Mwepu y le pega un patadón ante la extrañeza de todos en el estadio.
La ridícula jugada del número 2 es interpretada por algunos comentaristas como una muestra del escaso conocimiento del reglamento por parte de los futbolistas zaireños. “Ha sido un momento de ignorancia africana”, dijo desde el pedestal europeo el narrador británico John Motson.
La historia, sin embargo, no es tan simple.
Zaire era un nombre no solo nuevo para el balompié –fue la primera selección del África negra que clasificaba a un Mundial– sino para el mapamundi entero.
Con ese nombre había rebautizado Mobutu Sese Seko a fines de 1971 al Congo, el país que apenas una década antes había conseguido su independencia de Bélgica.
Mobutu, que gobernaba el Estado Congolés desde 1965, había decidido que el apelativo de “padre de la nación” que tanto lo excitaba debía ir aparejado con un país nuevo.
Ya como Zaire, la selección nacional consiguió no solo clasificar a la cita germana sino proclamarse campeona de la Copa Africana.
Extasiado por tales logros, el dictador –que también renombró al seleccionado: decretó que los llamaran leopardos en vez de leones– premió a los futbolistas con casas, autos y un viaje para ellos y sus familias a EE.UU., según relato del capitán Mantantu Kidumu.
–Aterrizaje forzoso–
El cuento de hadas empezó a desmoronarse con el arribo del plantel a Alemania Occidental (la reunificación germana era todavía una quimera a mediados de los años 70).
El primer duelo se saldó con una decorosa derrota ante Escocia por 2 a 0. No obstante el esfuerzo realizado en un debut digno, los asesores del gobierno que acompañaban a la selección informaron a los jugadores que se iban a recortar los montos de dinero a cobrar en la competencia.
Fue el preludio del descalabro, materializado en el escandaloso 9 a 0 que le endilgó Yugoslavia a Zaire en el segundo partido del grupo.
Las brumas del tiempo transcurrido han traído al presente numerosas versiones de lo que pasó después, pero la más veraz es que Mobutu –tras tildar a los seleccionados de vergüenza nacional– envió a sus guardias presidenciales a la concentración con una advertencia inequívoca.
“La consigna era: si perdíamos por más de tres goles el último partido, ninguno iba a regresar a casa”, relató Ilunga Mwepu en un documental grabado años más tarde.
El problema era que el último contrincante era Brasil, campeón del mundo vigente para más señas.
En la primera mitad los brasileños solo anotaron un gol. El oxígeno empezó a agotarse para los africanos a los 80 minutos, cuando Valdomiro marcó el gol límite. Fue entonces que se produjo la insólita jugada protagonizada por Mwepu.
“¿Creen que me habría hecho pasar por un perfecto idiota de forma deliberada? Estábamos jugando por nuestras vidas”, le contó el zaguero a Jon Spurling, autor de “Muerte o gloria: la historia oscura de la Copa del Mundo”.
Mobutu gobernó el país hasta mayo de 1997, cuando fue derrocado. Meses después murió en su exilio en Marruecos. El nuevo régimen volvió a cambiar de nombre al país: desde entonces se llama República Democrática del Congo. Y desde aquella aparición en 1974, nunca más volvió a una cita mundialista