Desde la definición de las fronteras modernas de Medio Oriente al final de la Primera Guerra Mundial, el Kurdistán, la más mayor “nación” del mundo sin Estado propio con más de 25 millones de personas, ha sido centro recurrente de las tensiones regionales.
En las últimas semanas, creció la tensión en esta región dividida entre cuatro Estados -Turquía, Iraq, Siria e Irán-, y una probable ofensiva militar turca en las zonas de mayoría kurda de Siria podría provocar un estallido violento.
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El presidente turco, Recep Tayip Erdogan, anunció días atrás una operación militar terrestre para ampliar el territorio que controla su Ejército en el norte de Siria, donde la guerra civil iniciada tras la llamada Primavera Árabe hace más de una década se resiste a terminar.
El objetivo de Erdogan es desalojar las fuerzas de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG, por sus siglas en kurdo), de mayoría kurda, de las zonas de Tel Rifaat, Manbij y Kobane, escenario de una épica victoria kurda sobre la milicia jihadista de Estado Islámico (EI).
Para Ankara, la existencia de una región autónoma kurda en Siria representa un peligro existencial para su concepción homogénea de la nación turca. El gobierno turco acusa a las YPG de ser una simple facción del PKK, la milicia kurda que hace décadas lucha por la soberanía o autonomía de las regiones de mayoría kurda en Turquía. Erdogan no quiere que las regiones kurdas de Siria que hacen frontera con Turquía estén controladas por las YPG, ya que el PKK puede utilizar esa zona como retaguardia.
Durante los últimos días, el Ejército turco lanzó ataques aéreos contra las posiciones de las YPG dejando más de 40 muertos entre combatientes y civiles. Por su parte, la milicia kurdo-siria, respondió atacando con proyectiles algunas localidades turcas cercanas.
Atentado terrorista
En teoría, la ofensiva turca es una respuesta al atentado terrorista que tuvo lugar en una céntrica avenida de Estambul el 13 de noviembre pasado, y en el que murieron seis personas. Según las autoridades turcas, la responsable del atentado es una mujer siria que residía en la zona kurda, y que habría confesado haber sido entrenada y formar parte de las YPG.
Sin embargo, varios hechos relacionados con el atentado suscitaron muchas dudas respecto a la versión oficial. Para empezar, la presunta autora del atentado con una mochila bomba ni siquiera es kurda, sino árabe, y su comportamiento tras el ataque fue extraño, como también lo fue su inmediato arresto.
Además, las YPG, que negaron cualquier vinculación con el atentado, nunca realizaron ataques terroristas dentro de Turquía, y no tenían ningún interés por hacerlo. “Los servicios secretos turcos están detrás del atentado. Ellos manipularon a la mujer arrestada”, sostiene un disidente turco residente en España que atribuye el atentado a un maquiavélico cálculo electoral de Erdogan.
En junio próximo tendrán lugar elecciones en Turquía, y nunca antes desde la primera de sus ininterrumpidas victorias electorales en 2002 Erdogan enfrenta unas encuestas desfavorables. La crisis económica, que el año pasado provocó una caída del valor de la lira turca de un 44% frente al dólar, supuso un duro golpe para la popularidad de un líder desgastado a pesar de su control sobre los medios de comunicación.
Estrategia
Ante esta difícil coyuntura, al astuto Erdogan parece querer recurrir a una estrategia que ha dado fruto otras veces: elevar el conflicto con el PKK para erigirse ante una opinión pública inflamada como el defensor de la nación turca.
Sin embargo, dos obstáculos de peso se interponen a una invasión turca: Washington y Moscú. Las YPG fueron y continúan siendo el principal aliado de Estados Unidos en la lucha contra EI, aún presente en las zonas remotas del desierto sirio. De hecho, cientos de efectivos estadounidenses se hallan en el territorio kurdo para coordinar acciones antiterroristas.
Por otro lado, Rusia es el gran aliado del régimen del presidente Bashar al-Assad, que aspira a recuperar el control sobre todo el territorio sirio y percibe toda operación militar turca en suelo sirio como una violación de su soberanía. ¿Se atreverá Erdogan a desafiar a ambas superpotencias? De momento, parece que está negociando con ellas una intervención limitada.
La situación no es mucho más tranquila en el Kurdistán iraquí, que goza de una amplia autonomía desde 2003 apoyada también por Washington. Desde hace décadas, allí se alojan varias pequeñas milicias kurdo-iraníes, que salieron de su letargo mediático a raíz de las tenaces protestas contra el régimen de los ayatollahs en Irán.
La chispa que encendió las movilizaciones fue la muerte bajo custodia de Mahsa Amini, una joven kurda que no llevaba puesto correctamente el hiyab. El Kurdistán iraní ha sido el epicentro de las protestas, y allí, lejos de la capital, la represión de las fuerzas de seguridad ha sido mucho más brutal.
El régimen teocrático de Teherán acusó a las milicias kurdo-iraníes de estar detrás de las movilizaciones, e incluso las acusó de armar a los manifestantes. Pero estas niegan categóricamente las alegaciones, y aseguran que las protestas son pacíficas y autónomas.
Durante las últimas semanas, el Ejército iraní realizó diversos ataques contra los pueblos kurdos en Irak cerca de la frontera, utilizando sobre todo drones. Teherán amenazó con multiplicar sus ataques si las autoridades iraquíes no desalojan las milicias kurdo-iraníes de su territorio.
Bagdad denunció los ataques, impotente frente a las demandas de Teherán, ya que son las tropas kurdo-iraquíes las que controlan el territorio autónomo. En el pasado, las luchas intestinas kurdas favorecieron el control del territorio por los diversos Estados, pero el nuevo siglo vio aparecer una renovada solidaridad pankurda que no se doblega a las presiones exteriores, lo que ayuda a explicar las tensiones actuales.
Por Ricard González