En pocos días se cumplen 18 meses desde que las clases presenciales se suspendieron en el Perú como medida preventiva ante la llegada del coronavirus. Desde entonces, ocho millones de niñas, niños y adolescentes están perdiendo una de las experiencias más significativas en la existencia de todo ser humano: su vida escolar.
Esta no es una situación que deba pasarse por alto, pues tiene serias repercusiones en el presente y futuro de cada niña, niño y adolescente e impacta en el desarrollo sostenible del país. Recordemos que la vida escolar, caracterizada por la cercanía física, el lenguaje no verbal y cómplice que se aprende entre compañeros de carpeta, la adquisición de conocimientos y el descubrimiento de talentos, nos prepara para el rol que cumpliremos en la adultez. Mujeres y hombres de las artes, las ciencias, las letras, los negocios y un largo etcétera pasaron primero por la escuela.
Si bien la pandemia no es la causante de las dificultades del sistema educativo peruano, sí ha evidenciado y profundizado las brechas existentes entre los logros educativos alcanzados por el Perú rural y el urbano; el indígena y el mestizo. De igual forma, ha concedido terreno a batallas que ya casi estaban ganadas, como la que tenía el país contra el analfabetismo y la deserción escolar. Pero también ha permitido que muchos docentes y alumnos se acerquen al mundo digital y nos ha recordado que la radio y la televisión pueden ser grandes complementos para la educación presencial.
Estos 18 meses nos han recordado que hay distintas maneras de aprender y que la escuela a la que volverán los chicos y chicas debe incorporarlas. Pero además, nos plantean la urgencia de decidir entre retornar pronto a la escuela o seguir postergando el retorno. A la primera quincena de agosto, más de 68 mil servicios educativos se encontraban habilitados para recibir a más de tres millones y medio de estudiantes. Sin embargo, solo 5.119 escuelas estaban dando clases y apenas 180 mil escolares se estaban beneficiando con la semi-presencialidad. Una cifra realmente preocupante si tenemos en cuenta que, según el Banco Mundial, el Perú tiene hoy los niveles de aprendizaje en lengua que tenía en el 2012; hace nueve años.
No dejemos que el miedo se imponga a la ciencia y la experiencia que han demostrado que la probabilidad de contagio entre escolares es mínima, que las escuelas no son focos de contagio y que virtualmente los chicos y chicas aprenden menos.
El economista Pablo Lavado advirtió recientemente que, en países de ingresos medios como el Perú, la pérdida de dos años escolares equivale a la reducción del 22% del PBI. En el futuro de los chicos y chicas, esto se traducirá en 7,7% menos de ingresos mensuales, si son empleados formales, y en 37,6%, si son informales.
Demorar el retorno a clases presenciales significaría privar a millones de niñas, niños y adolescentes de la oportunidad de romper la historia de pobreza de sus familias. El ejercicio del derecho a la educación contribuye a la reducción de las inequidades. Decidamos bien; es urgente.
Contenido sugerido
Contenido GEC