Bjorn Lomborg

El mundo se enfrenta a muchos retos, entre los impactos de la inflación y las altas tasas de interés, los efectos persistentes de la pandemia del o conflictos geopolíticos como la invasión de Rusia a Ucrania. En medio de todo esto, el 2023 marca la mitad del plazo para los , una extensa lista de 169 metas en la que los líderes mundiales han prometido todo a todos.

Los gobiernos alrededor del planeta han prometido acabar con el hambre, la pobreza y las enfermedades, detener el cambio climático, la corrupción y la guerra, al tiempo que garantizar una educación de calidad y cualquier otra cosa buena que se pueda imaginar, incluidas las manzanas orgánicas y los huertos comunitarios para todos.

No es sorprendente que el mundo esté fracasando en casi todas sus promesas. Estamos en la mitad del plazo, pero ni cerca de la mitad del camino.

Debemos hacerlo mejor.

En primer lugar, necesitamos un mejor debate sobre las prioridades. Mi grupo de expertos trabaja con gobiernos de todo el mundo, desde Uganda hasta Tonga y Uzbekistán, para ayudarles a tomar decisiones sobre el gasto nacional investigando qué políticas aportan los mayores beneficios por cada sol gastado. Si hay interés político, disponemos de los recursos para hacerlo también por el Perú. El punto de partida es una conversación nacional sobre las principales prioridades.

En segundo lugar, tenemos que rescatar los objetivos globales y acabar con el titubeo. Como los recursos escasean en todas partes, tenemos que dar prioridad a lo más relevante.

Desafortunadamente, muchos líderes mundiales siguen creyendo que el camino a seguir es acudir a la ONU este mismo año y pronunciar altisonantes discursos sobre la importancia de cumplir cada una de las 169 promesas, para luego sugerir que solo si apuntamos a las estrellas conseguiremos algo.

Pero las ilusiones no cambiarán el hecho de que no hay forma de cumplir todas estas promesas a tiempo. El secretario general de la ONU, , pide ahora de forma inverosímil un , una cifra que representa varias veces lo que . Es algo que no va a ocurrir.

Incluso si se pudiera convencer a los contribuyentes de todo el mundo de que pagaran la mitad de lo solicitado, seguiría siendo 20 veces insuficiente. Se que cumplir todo lo prometido costaría entre US$15 y US$20 billones al año. En la actualidad, se financia menos de una cuarta parte y la mayor parte de ese gasto se destina a los países ricos, no a los pobres, donde el desarrollo es más necesario.

Esto deja un déficit anual de entre , lo que equivale a la recaudación fiscal total de US$13 billones de todos los gobiernos del mundo. Es una brecha fiscal que simplemente no puede cerrarse.

Necesitamos pasar de la retórica vacía y las promesas de billones de dólares a la acción real y eficiente de miles de millones de dólares. Es hora de centrar nuestra atención donde más importa.

La verdad es que, entre los ODS, algunas promesas no tienen soluciones rentables y potentes. Mientras que otras promesas suponen inversiones que son increíblemente efectivas y pueden lograr avances asombrosos por unos pocos miles de millones de dólares al año.

Tomemos la promesa crucial de los ODS de mejorar la educación. La ha demostrado sistemáticamente formas baratas y eficientes de aumentar el aprendizaje. Las tablets con software educativo que si se utilizan solo una hora al día durante un año cuestan solo US$20 por estudiante, y dan lugar a un aprendizaje que normalmente llevaría tres años. Los planes de enseñanza semiestructurados pueden hacer que los profesores enseñen más eficientemente, duplicando los resultados del aprendizaje cada año por solo US$10 por estudiante. Podríamos mejorar drásticamente la educación de casi 500 millones de alumnos de primaria en la mitad más pobre del mundo por menos de US$10.000 millones anuales. Esta inversión generaría aumentos de productividad a largo plazo por valor de US$65 por cada dólar gastado.

O pensemos en la promesa de reducir el hambre. Necesitamos una . En la década de 1960 se crearon semillas más eficientes que permitieron a los agricultores producir más alimentos a menor costo. Ahora, la mitad más pobre del mundo necesita desesperadamente . Este gasto reduciría la desnutrición, ayudaría a los agricultores a ser más productivos y bajaría los costos de los alimentos. Gastar US$5.500 millones anuales podría reportar un increíble retorno de beneficios a largo plazo por valor de US$184.000 millones.

Unas sencillas medidas para mejorar las condiciones podrían salvar la vida de 166.000 madres y 1,2 millones de recién nacidos cada año, por menos de US$5.000 millones anuales.

Los economistas que colaboran con el grupo de expertos del Consenso de Copenhague han identificado que aportarían enormes beneficios a los ODS a costos relativamente bajos. Puede leer más sobre ellas en mi nuevo libro “Best Things First”. Por un total de US$35.000 millones anuales, podríamos hacer todo lo mencionado anteriormente, además de evitar un millón de para el 2030, mejorar los registros de , , , permitir de trabajadores calificados para reducir la desigualdad, mejorar los , hacer grandes avances en y salvar 1,5 millones de vidas como la hipertensión.

En total, estas políticas pueden salvar 4,2 millones de vidas al año y hacer que el mundo más pobre sea US$1,1 billones más próspero cada año. En términos económicos, por cada dólar gastado se obtendrán US$52 de beneficios sociales.

Perseguir estas 12 inversiones fenomenales es probablemente lo mejor que el mundo puede hacer en esta década.

Deberíamos iniciar una conversación nacional sobre las prioridades en el Perú. Y deberíamos asegurarnos de que el mundo mantenga una conversación similar sobre sus numerosas promesas. Rescatemos la agenda de los ODS y aprovechemos al máximo los siete años que nos quedan. Demos prioridad a aquello que aportará los beneficios más increíbles para el mundo.

Bjorn Lomborg es presidente del Copenhagen Consensus Center