El Perú es un país original; es el primer país en la historia humana de los últimos dos siglos en haber elegido mediante voto directo un presidente marxista leninista para conducir sus destinos.
La elección de Allende en Chile tuvo que ser resuelta en el Parlamento, pues solo había obtenido el 36,6% del voto popular. No tuvo una victoria mayoritaria a través del voto directo del pueblo. Lula da Silva en Brasil cambió las bases ideológicas de su partido a “izquierda democrática gramsciana”, y, mal que bien, gobernó en consecuencia. En Nepal, después de una guerra civil sangrienta ganada por el Partido Comunista Unificado de Nepal (maoísta) en el 2006, este convocó –como en todos los estados del “Socialismo en el Siglo XXI”– a una Asamblea Nacional Constituyente. Ahora se designa periódicamente al presidente de ese país, siempre maoísta.
La verdad es que como decía Arthur Koestler en “El Yogi y el Comisario” (1946), el comunismo siempre llega al poder mediante revoluciones sangrientas, engaños y golpes de Estado, pues no atrae al pueblo. Esta ha sido la norma hasta la elección peruana del 2021. El mundo no sale de su asombro, pues Perú Libre nunca oculto su ideología comunista. En términos prácticos, el mariateguísmo es la denominación vernacular peruana del maoísmo.
Claro, el presidente electo no viene solo; viene con un partido, Perú Libre, y con un gabinete que además de confirmar en los hechos –mediante el nombramiento de determinados ministros–, la pertenencia ideológica al marxismo leninismo mariateguismo, ya empezó la metódica labor de copar el Poder Ejecutivo, el poder históricamente triunfante en todos los enfrentamientos con el Congreso en el Perú.
Más importante aún –nuevamente a través de los hechos y no los pronunciamientos–, el nuevo Gobierno abandona la esfera de influencia del Occidente contemporáneo –aquel descrito por Samuel P. Huntington en su “Choque de Civilizaciones” (1993)–, pasando decididamente a la esfera del Socialismo del Siglo XXI, para así integrarse al eje Ciudad de México - La Habana - Managua - Caracas - Lima - La Paz - Buenos Aires, apoyado por el Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo, bajo los entusiastas aplausos de Moscú, Beijing y Teherán.
Samuel P. Huntington nunca quiso incluir a América Latina en Occidente. Visitándolo en 1998 en su oficina en el Olin Institute, para conversar sobre este tema, él sustentó su tesis sobre un presupuesto weberiano: América Latina no comparte la tradición de la Ilustración y la revolución industrial. Apoyó su tesis citando el libro del sociólogo e historiador chileno Claudio Véliz, “El Nuevo Mundo del Zorro Gótico” (1994). Claro, nosotros éramos el erizo barroco del nuevo mundo. El presidente Castillo, en su discurso del 28 de julio del 2021, expresó claramente este repudio a Occidente y con ensoñación hizo una descripción pastoral del mundo precolombino, entelequia ya refutada brillantemente por Mario Vargas Llosa en “La utopía arcaica” (1996), ensayo sobre José María Arguedas y su mistificación del mundo andino.
A este alineamiento internacional, preñado de consecuencias inmediatas, el nuevo gobierno peruano une el enunciado de un conjunto de fantasías políticas comprobadamente inservibles: empresas públicas, control del crédito, control de precios, confrontación entre “ellos” (la “élite”) y “nosotros” (el “pueblo”, que no es otra cosa que un vocablo que sale de la boca del presidente Castillo y sus ideólogos clasistas) y la inescapable Asamblea Nacional Constituyente, que combinaría en su conformación un porcentaje de constituyentes electos y otro porcentaje de delegados designados por sectores campesinos, magisteriales y sindicales –aquellos justamente que Evo Morales ha venido a agitar–. Esta idea no es novedosa, pero ha sido reformulada en modo autogestionario por Marta Harnecker, la ideóloga del finado comandante Chávez, en su libro “América Latina: Un Laboratorio para el Socialismo del Siglo XXI” (2010).
Para terminar, el paseíllo presidencial hasta el Congreso para forzar una modificación extemporánea del cuadro de comisiones; la presencia paralela de Evo Morales en el Perú para defender la propuesta de una Asamblea Constituyente Nacional –que barrería con el estado de cosas del último cuarto de siglo–, así como la convocatoria de jornadas de marchas en todo el país el domingo para apoyarla, y la obtención del kit de firmas por parte de Perú Libre para un referéndum con este propósito, muestran la inflexible voluntad de acorralar y enfrentar al Congreso de la República e intentar producir el cambio constitucional, cosa que si bien un sector de la clase política deseaba, nunca imaginaron que podría darse de esta manera.
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