El sistema electoral peruano se viene caracterizando por una gran fragmentación de partidos políticos. En la actualidad, el país cuenta con cerca de 30 partidos que pugnan por su inscripción en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), lo que plantea grandes desafíos de gobernabilidad, representatividad y eficiencia en la toma de decisiones. Para comprender la génesis de este fenómeno y las posibles soluciones es necesario realizar un análisis de los orígenes de los partidos políticos en el Perú.
Los partidos políticos en el país hunden sus raíces en el siglo XIX, cuando, tras la independencia, el país experimentó diversas luchas internas por el poder entre facciones conservadoras y liberales. En sus primeros años, las organizaciones políticas eran principalmente de carácter caudillista; es decir, se agrupaban alrededor de figuras carismáticas que disputaban el control del Estado. La Constitución de 1823 ya reflejaba una tensión entre estas fuerzas en pugna, pero no fue sino hasta mediados del siglo XX cuando el sistema de partidos políticos comenzó a tomar una forma más organizada. Así, desde la fundación del Partido Civil, que puso fin a la serie de gobiernos encabezados por militares, los partidos estuvieron asociados a los grupos de poder económico y social conformados en su mayoría por criollos. Más adelante, con el ascenso de líderes populares como Guillermo Billinghurst, se amplió la extracción social de los partidos hacia los grupos obreros que anhelaban una representación en el sistema político. Ello favorecería no solo un cambio en la retórica, sino que además contribuiría a la estabilidad política.
Durante el siglo XX, el Perú experimentó una sucesión de dictaduras, golpes de Estado y reformas políticas. La creación de los primeros partidos políticos de masas en la década de 1930, como el Partido Aprista Peruano, y la influencia de corrientes ideológicas extranjeras (como el socialismo, el comunismo y el liberalismo) jugaron un rol crucial en la configuración de un sistema político pluralista. A partir de 1980, con el retorno a la democracia y la promulgación de nuevas leyes electorales, los partidos comenzaron a multiplicarse, favorecidos por un sistema basado en la representación proporcional.
En la actualidad, el sistema de representación proporcional y las pocas barreras para la inscripción de nuevos partidos han generado un escenario fragmentado, donde conviven partidos de toda índole ideológica, desde la derecha extrema hasta la izquierda radical. Esto ha ocasionado que, en ocasiones, el Congreso esté compuesto por una diversidad de partidos que dificulta la construcción de consensos, generando inestabilidad y una creciente desafección de la ciudadanía hacia el sistema político.
La fragmentación del sistema de partidos presenta varios desafíos para la democracia y la gobernabilidad. Con una cantidad tan grande de partidos, los acuerdos legislativos son más difíciles de lograr, lo que genera gobiernos ineficaces e incluso crisis políticas recurrentes, como las que se han visto en las últimas décadas. El exceso de partidos también diluye la representatividad, ya que muchos de estos partidos tienen una base de apoyo pequeña y no logran reflejar las verdaderas preferencias de la población. Este fenómeno genera desconfianza en las instituciones y desencadena la fragmentación del voto y la polarización social, lo que debilita el sistema democrático.
La idea de reducir la cantidad de partidos políticos en el Perú a tres fuerzas principales; es decir, instaurar un sistema tripartidista, ha ganado cierto interés como una posible solución a la fragmentación política. Para que este sistema sea efectivo será necesario introducir reformas profundas al sistema electoral, lo que requiere cambios en diversas áreas, incluyendo el umbral electoral, la representación proporcional y los métodos de financiación de los partidos. La propuesta de reforma electoral hacia un tripartidismo, mediante la implementación de un umbral electoral más alto, el fomento de las coaliciones y el fortalecimiento de los partidos tradicionales podría convertirse en una alternativa para mejorar la gobernabilidad y la representación. No obstante, es importante reconocer que cualquier reforma electoral debe ser implementada de forma gradual y con un amplio consenso, de modo que se garantice que los cambios no debiliten la democracia ni excluyan a sectores políticos relevantes de la competencia electoral. Este esquema tripartito no solamente favorecía la estabilidad política, sino que sentaría un precedente para la reforma del Estado Peruano y el debate de ideas desde tres frentes distintos, pero no por ello excluyentes.