Maite  Vizcarra

La teoría política enseña que los ciudadanos son importantes porque son la esencia y existencia de todo Estado. Y la sabiduría de los filósofos griegos nos decía que la condición por la que alguien puede, en lugar de limitarse a meramente vivir, aspirar a una vida buena, se logra solo en la acción colectiva en la polis. Así, los griegos diferenciaban entre el ‘polités’ (ciudadano: ‘el que hace ciudado’) del ‘idiotés’ (el idiota: ‘el que se ocupa solo de lo suyo’).

Hay un proverbio que destaca la conveniencia de sumarse a causas de modo colectivo y darles más impacto: “Si quieres ir rápido, ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”. Sin no hay Estado y, peor aún, sin ciudadanía no es posible lograr la buena vida. Porque, aun cuando se puede destacar el valor de la individualidad, hay cosas que requieren del colectivo de manera irrenunciable. Recuerden todo lo vivido durante la pandemia y la imposibilidad de acceder a servicios de salud, por más iniciativa privada, dinero y privilegio que estuviesen en el medio. Definitivamente, hay batallas que solo podemos remontar colectivamente.

Por ello, celebrar esfuerzos nacionales en los que se muestre esa terquedad por persistir como ciudadanía de valor es una razón para felicitarnos como peruanos. Y felicitar el hecho de que, a través de esa ciudadanía organizada en causas colectivas, sea posible contar con espacios que nos permitan seguir construyendo un futuro conjunto, aun cuando no se tenga claro cómo debe ser este, pero que puede aclararse en la selva de opiniones, sentimientos y juicios forjados en la visión de grupo. Una ciudadanía organizada es la forma más adecuada de impulsar causas retadoras y de gran calado: ¿cómo se impulsa la innovación en todo un territorio, si no es con el esfuerzo de ciudadanos tenaces? ¿Cómo se puede seguir protegiendo el sistema democrático en el en medio de una precariedad política, si no es a través del compromiso de muchos creyentes en el poder de la sociedad civil?

No hay forma; ese tipo de causas solo se logra de manera organizada. Celebro, por eso, los 30 años de la Asociación Civil Transparencia, con la que empecé a tomar contacto gracias a su interés de innovar la democracia en el 2015 y, últimamente, ante su interés de impulsar con más alcance la promesa de los ciudadanos empoderados con la potencia de la digitalización. Parabienes a ella y deseo de larga vida, porque su sentido teleológico es crítico para poder seguir construyendo un futuro conjunto en el Perú. Felicito, también, la persistencia de colectivos como el Comité Regional de Empresa, Estado, Academia y Sociedad Civil Organizada (Creeas) de La Libertad, con el que guardo cercanía desde su concepción. Es una de las pocas experiencias de construcción colectiva de un modelo de vivir la innovación con enfoque en el territorio y sus peculiaridades.

Innovación democrática, innovación productiva, una mejor educación, una primera infancia digna, una opinión pública más inmune a la desinformación, nuevas maneras de participación política y más causas que pueden ser fácilmente encauzadas en acciones a través de una ciudadanía de ‘polités’, de gente ‘que hace’ que las cosas pasen.

Un reconocimiento y un voto por más instituciones civiles que nos aparten de una sociedad de ‘idiotés’, que solo buscan el bien propio para llegar al mal común. Nunca en el país fortalecer la ciudadanía ha sido tan urgente como una condición para luchar contra esa forma de idiotez tan presente en nuestros días: la de la indiferencia impávida y descreída.




*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maite Vizcarra es Tecnóloga, @Techtulia