Vayamos sin mayor preámbulo al nuevo ministerio de infraestructura propuesto por la presidente Dina Boluarte en su mensaje del 28 de julio. Sus principales ventajas serían centralizar la ejecución de los proyectos, unificar criterios y contar con una autoridad capaz de superar los múltiples obstáculos que aparecen en el camino. Hasta qué punto la especialización es, en este caso, una ventaja, es discutible. Pero veamos primero los riesgos.
Ya se ha señalado que la concentración de poder en un ministerio que manejaría un presupuesto de S/17.000 millones (casi 2% del PBI) podría prestarse a la corrupción. Eso es cierto, pero no es menos cierto que ese mismo presupuesto está hoy desperdigado en las 13 o 17 entidades que serían absorbidas por el nuevo ministerio. Si el riesgo de corrupción aumenta o disminuye con la centralización, no sabríamos decir. Nadie ha presentado un argumento claro a favor o en contra de esa suposición.
Más riesgoso es el sesgo que el nuevo ministerio podría introducir en la selección de proyectos porque el desperdicio de recursos es potencialmente más oneroso para el país que cualquier coima imaginable. La única función del ministerio será ejecutar proyectos y, en consecuencia, la “métrica”, como se dice ahora, para evaluar su desempeño será la cantidad, no la calidad, de los proyectos ejecutados; cuanto más grandes, mejor. Mucho nos tememos que preferirá las soluciones más complejas a las más simples; las más ambiciosas a las más eficientes.
Las presuntas ventajas de la especialización en materias de planeamiento y construcción se diluyen frente a la posible desconexión con los objetivos de otros ministerios. Decimos presuntas porque no es lo mismo planificar y construir colegios y carreteras, hospitales y ferrocarriles, comisaría y puertos. Probablemente el nuevo ministerio terminaría subdividiéndose en viceministerios que simplemente replicarían la división actual entre las direcciones de infraestructura de los distintos ministerios. Si no hay ventajas reales en la especialización, el nuevo ministerio no tiene razón de ser.
Pero aun suponiendo que las haya, cabe preguntarse qué garantiza que los objetivos del ministerio de infraestructura estarán alineados con los de los demás ministerios, que son los que fijan (o deberían fijar) los objetivos del gobierno en los distintos ámbitos de la vida nacional. La infraestructura es un instrumento para alcanzar esos objetivos; no es un fin en sí misma. Un ejecutor de proyectos con rango ministerial podría poner la carreta delante de los caballos.