Gracias, en parte, al burdo intento del Gobierno de ocultarlas, todo el mundo sabe ahora que salieron las cifras de la pobreza y que no son buenas. Aparte del aumento de los índices de pobreza y pobreza extrema por segundo año consecutivo, lo que más llama la atención es el aumento de la pobreza urbana. Desde que comenzó la pandemia, el índice de pobreza urbana ha subido casi 12 puntos porcentuales, del 14,6% en el 2019 al 26,4% en el 2023. La pobreza rural, en cambio, se mantiene prácticamente al mismo nivel de antes, alrededor del 40%.
El aumento de la pobreza no es ninguna sorpresa, en vista de la inflación, que afectó los precios de los alimentos particularmente, y la pérdida de empleos. Algo parece no encajar, sin embargo, en el rompecabezas de la economía nacional. Donde más ha subido la pobreza en estos últimos cuatro años es en Lima metropolitana: casi 15 puntos porcentuales, del 14,2% al 28,7%. Pero, a la vez, es en Lima metropolitana donde más ha crecido el empleo.
Cerca de tres millones de empleos se perdieron como efecto inmediato de la pandemia o, mejor dicho, de la cuarentena. Un año después, todos esos empleos se habían recuperado. En diciembre pasado había 5,3 millones de personas trabajando, hablando siempre de Lima metropolitana, una cifra nunca antes vista (y ya superada). A lo largo del 2023 la tasa de desempleo ha sido prácticamente la misma que en el 2019.
Obviamente, un mismo nivel de empleo e inclusive uno mejor son compatibles con un aumento de la pobreza si los ingresos caen. En términos reales, el ingreso promedio ha caído 6% desde antes de la pandemia. Pero aquí viene la pregunta: ¿es suficiente esa caída del ingreso para duplicar el porcentaje de pobres?
No se trata de que la inflación de los alimentos, que afecta más a la gente de menores ingresos, haya sido mayor a la del resto de la canasta de consumo. La línea de pobreza no ha subido más rápido que el IPC, el Índice General de Precios al Consumidor. La explicación más plausible es que haya habido una alta concentración de gente que no era pobre, pero que no estaba muy lejos de serlo. La otra cara de la moneda es que no necesitarían un crecimiento muy grande de sus ingresos para volver a cruzar la línea, pero esta vez en la otra dirección.