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El Perú y la IA, más allá de una ley
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En el Perú tenemos una obsesión casi entrañable: legislar. Nos fascina aprobar leyes como si fueran curitas para fracturas expuestas. Creemos que con un decreto podemos resolver problemas tan complejos como la mejora del talento digital, la precariedad de infraestructura para procesar grandes volúmenes de datos –la famosa Big Data– o nuestra débil presencia internacional en temas de inteligencia artificial.
Pero la inteligencia artificial no se cocina solo con leyes específicas más su reglamento: se requieren ingredientes concretos que ninguna norma, por más bien intencionada que sea, puede propiciar. Con todo, el Reglamento de la Ley de Inteligencia Artificial nos da motivos para estar tranquilos. Introduce principios como la transparencia algorítmica, que obliga a explicar cómo funcionan los sistemas de IA de alto riesgo y en general, promueve el uso de esta tecnología como un disparador de productividad.
Pero es insuficiente. Si lo que se busca es pasar del deseo a la realidad, un reglamento no crea servidores de alto rendimiento, ni multiplica datos abiertos, ni frena la fuga de talentos. A propósito, hay un insumo valioso que hay que empezar a revisar: el Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial (ILIA 2024) que publica el Centro Nacional de Inteligencia Artificial-CENIA de Chile. El ILIA nos ubica en el octavo puesto regional, dentro de la categoría de los países llamados “adoptantes”. Estamos en la fiesta, pero todavía en las mesas del fondo. El ILIA mide tres grandes dimensiones: factores habilitantes, investigación y adopción; y gobernanza.
¿Cuál es el resultado del ILIA en el caso del Perú? Tenemos un talento humano competitivo, pero seguimos flojos en infraestructura, datos y visión institucional. Además, es bueno saber que tenemos una estrategia nacional de IA, pero ni aún con esta iniciativa, terminamos de dar el salto a realidades como las de Uruguay o Chile. ¿Por qué? Porque a diferencia de esos países, nosotros adolecemos de coordinación institucional fluida y de un involucramiento real del sector privado, en temas IA nacionales. Increíblemente el ILIA, nos da buenas noticias respecto a nuestro talento digital. Con 44,67 puntos, estamos por encima del promedio regional, que se traduce en jóvenes formándose en carreras STEM, profesionales curiosos, y un país con un alto consumo de contenidos digitales.
Pero si no generamos condiciones locales, esa cantera terminará nutriendo los modelos algorítmicos de otro hemisferio. Y ojo: no solo se trata de ingenieros, si no de más profesionales en las fronteras del conocimiento y que puedan tender puentes en distintas arenas. La alfabetización digital de los ciudadanos es igual de crucial. Porque la transparencia algorítmica no sirve de nada si la gente no sabe ni qué preguntarle a su IA favorita.
Lo cierto es que la IA puede ayudarnos a enfrentar problemas estructurales, pero no basta con la fruición legislativa. Se necesita infraestructura robusta, datos accesibles, interacción institucional fluida y ciudadanos mejor alfabetizados informacionalmente. El reglamento es solo la carta del menú; para servir la cena de la IA para todos, hace falta una buena cocina, insumos frescos y un chef con oficio.
El impulso de la inteligencia artificial no se decreta, se construye con decisiones y buena interacción público-privada. Y en un país como el nuestro, donde tantas veces confundimos entusiasmo con ejecución, conviene repetirlo: Una ley de IA promotora ayuda, pero lograr resultados es otra historia.

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