Paul Romero

Las han sido los motores silenciosos que han impulsado el desarrollo de muchos países, y el Perú no es una excepción. En nuestro país, donde el espíritu empresarial es un rasgo cultural profundamente arraigado, el 80% de los negocios lleva el sello familiar, según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Estas empresas no solo generan entre el 60% y 70% de los empleos, sino que también aportan un impresionante 40% al Producto Bruto Interno (PBI) nacional. En esencia, representan la resiliencia, la adaptabilidad y el esfuerzo constante que han definido nuestra economía a lo largo del tiempo.

Sin embargo, en un mercado local cada vez más competitivo y saturado, muchas de estas empresas familiares se encuentran en un punto crítico: ¿seguir operando en lo conocido o atreverse a dar el salto hacia la internacionalización? Es en este cruce de caminos donde se decide no solo el futuro del negocio, sino también su capacidad para trascender generaciones.

Expandir una empresa familiar más allá de las fronteras nacionales no es una decisión que deba tomarse a la ligera. Requiere planificación estratégica, recursos adecuados y, sobre todo, una comprensión profunda de los mercados internacionales. A pesar de estos retos, la diversificación en mercados internacionales ofrece una vía de crecimiento sostenible y puede mitigar los riesgos asociados a la dependencia de un solo mercado. Según un estudio mundial de PwC, el 51% de las empresas familiares está considerando la expansión a nuevos mercados, reflejando una creciente tendencia hacia la internacionalización como estrategia de crecimiento y resiliencia.

Desde una perspectiva económica, la internacionalización presenta tanto desafíos como oportunidades. El proceso exige una inversión significativa de recursos, tanto financieros como humanos, y una capacidad para adaptarse a las complejidades de los mercados extranjeros. Sin embargo, los beneficios potenciales son considerables. Las empresas familiares que se internacionalizan pueden acceder a nuevos mercados, diversificar sus fuentes de ingresos y reducir su vulnerabilidad a las fluctuaciones económicas locales.

Este proceso no solo abre puertas a nuevas oportunidades, sino que también plantea preguntas cruciales sobre la continuidad y el legado familiar. Según un estudio de EY y la Asociación de Empresas Familiares (AEF), solo el 44% de las empresas familiares en el Perú ha experimentado un cambio de generación, y apenas el 3% ha logrado llegar a la tercera generación. Estos datos resaltan la importancia de contar con un plan de sucesión bien definido, algo que lamentablemente solo el 15% de las empresas tiene.

La falta de un plan de sucesión adecuado no solo pone en riesgo la continuidad del negocio, sino también su capacidad para prosperar en un entorno globalizado. Es relevante que las empresas familiares peruanas no solo consideren la internacionalización como una estrategia de crecimiento, sino que también aseguren que su legado perdure a través de las generaciones mediante una planificación cuidadosa y un liderazgo efectivo.

A medida que las empresas familiares peruanas se aventuran en mercados internacionales, es crucial que no pierdan de vista lo que las hace únicas: sus valores y su cultura. En un entorno global donde la competencia es feroz, mantener una identidad fuerte y coherente puede ser la clave del éxito. Justamente, en el Congreso de Empresas Familiares 2024 se discutirá la situación actual de estas empresas en el país, su impacto en la productividad y el empleo, y cómo pueden prepararse mejor para enfrentar los retos de la globalización. Este evento es una oportunidad invaluable para que las empresas familiares refuerzan su estructura interna y exploren estrategias que las guíen hacia un crecimiento sostenible y exitoso en el panorama internacional.

Entendamos que la internacionalización ya no es una opción, sino una necesidad para las empresas familiares que buscan asegurar su futuro económico. Pero este debe estar guiado por una reflexión profunda y un compromiso con los valores que han hecho de estas empresas lo que son hoy. No se trata solo de crecer y expandirse; se trata de mantener el alma de la empresa intacta mientras se enfrenta a los desafíos de un entorno global. Al final, las empresas familiares que logren navegar este complejo proceso no solo asegurarán su supervivencia, sino que también estarán en una posición más sólida para contribuir al desarrollo económico y social del país.


*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Paul Romero es Presidente de la Asociación de Empresas Familiares (AEF)