Estados Unidos siempre ha sido el aliado incondicional de Israel. El poderoso guardaespaldas que en todo momento ha blindado cualquier tipo de condena o repudio internacional, utilizando su poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y en cualquier escenario posible.
Pese a que no es la primera vez que Israel bombardea la franja de Gaza o que utiliza su inmensa fuerza militar, nunca lo había hecho de una manera tan consistentemente feroz como lo viene haciendo desde que Hamas perpetró la masacre del 7 de octubre.
“El apoyo de mi administración a la seguridad de Israel es sólido e inquebrantable”, decía Joe Biden, confiando en que Hamas en algún momento se quebraría y aceptaría un acuerdo para devolver a los rehenes israelíes que aún tienen en su poder.
Pero ya han pasado seis meses de la ofensiva y ningún dirigente importante de Hamas ha sido capturado, mientras que solo un puñado de rehenes ha sido canjeado o recuperado. Y en un año electoral, como el que ya vive Estados Unidos, otra guerra es lo menos conveniente para una administración que busca reelegirse.
En las primarias, Biden sintió el golpe, y en algunos estados, como Michigan, el voto de protesta contra el presidente no fue marginal, al tiempo que la opinión de demócratas de izquierda, sobre todo jóvenes, se está haciendo escuchar cada vez más, gracias también al apoyo que están recibiendo de donantes influyentes que quieren contrarrestar el poder de las asociaciones proisraelíes en Estados Unidos.
Con ya 33.000 palestinos muertos, la frustración de Biden está siendo cada vez más evidente. Pero la gota que derramó el vaso fue el ataque contra un convoy humanitario del ultrafamoso chef José Andrés, quien no dudó en criticar abiertamente el manejo de la guerra en Gaza. Biden, que tampoco quiere ser recordado como el principal patrocinador de una devastación, se ha visto obligado a cambiar el tono en público e incluso a decir que lo que está haciendo Bejamin Netanyahu “es un error”.
Aunque en los últimos días ha vuelto a decir que su apoyo a Israel es “férreo”, tras la amenaza de Irán, que culpa a Israel del ataque contra su embajada en Damasco, las relaciones entre los aliados incondicionales pasan por su momento más tenso. Sobre todo si, de por medio, hay votos claves que podrían hacer la diferencia en las elecciones contra Donald Trump del próximo noviembre.