Hay muchas maneras de entender el mundo de la izquierda peruana, y dependiendo de ellas tenderemos a ubicar a Pedro Castillo y su gobierno. En general, en la cartografía política peruana y latinoamericana, identificamos a la izquierda con los herederos de las propuestas revolucionarias, inspiradas en el marxismo-leninismo. Otras propuestas de cambio social, como las asociadas a los grandes partidos nacional-populares, suelen considerarse dentro del rubro de propuestas “reformistas”, han tenido relaciones de antagonismo con la izquierda y merecen un análisis propio.
En el mundo de partidos de izquierda, encontramos una enorme variedad. No por nada Ricardo Letts hablaba de un universo compuesto por galaxias, nebulosas y otros cuerpos celestes en su libro “La izquierda peruana: organizaciones y tendencias” de 1981. La dispersión dio paso en la década de los 80 del siglo pasado a la Izquierda Unida, que combinó con todas sus limitaciones a un caudillo carismático, un conjunto amplio de técnicos y profesionales comprometidos, un contingente nutrido de cuadros, activistas partidarios y líderes sociales vinculados a gremios y organizaciones medianamente representativos de un segmento importante del mundo popular. Sin embargo, la década de los 90 estuvo marcada por la división, la derrota política ante el fujimorismo y la ideológica luego de la caída del muro de Berlín y de la hegemonía del neoliberalismo.
El nuevo siglo hizo que algunos sectores más moderados de la izquierda terminaran subsumidos en grupos más de centro, como UPP o Perú Posible, y otros más radicales dentro del Partido Nacionalista. Los intentos de construir alternativas propias fracasaron sucesivamente: el Partido Socialista, el Partido de la Democracia Social, Fuerza Social y, más recientemente, el Frente Amplio. Es en este marco de dispersión que se generó cierta fractura entre una izquierda un tanto más “institucionalista” y otra más “antisistema”, que se expresó en las candidaturas de Verónika Mendoza y Gregorio Santos en el 2016. Santos expresó una izquierda más antisistema, más provinciana, más informal, de la que forma parte Perú Libre. Mendoza, una izquierda más moderna, más articulada en lo programático, más abierta a influencias globales. Esa fractura se repitió y agravó en el 2021, con las candidaturas de Mendoza, Marco Arana, Pedro Castillo, Ciro Gálvez y José Vega.
El panorama actual, con el gobierno de Pedro Castillo y sus complicadas relaciones con los grupos de izquierda, muestra extrema precariedad y fragmentación. Hoy, la izquierda no cuenta con un líder carismático capaz de conquistar votos, los cuadros andan dispersos y sin propuestas orgánicas, los activistas partidarios y sociales se han informalizado y persiguen objetivos particularistas, los gremios y organizaciones se han debilitado y fragmentado y siguen reivindicaciones muy inmediatistas. Esto es terreno fértil para que prosperen lógicas de “asalto” del Estado como espacio de empleo y de toma de decisiones para favorecer intereses particulares. Peor aún, se han establecido discursos y prácticas que ahondan desconfianzas y distancias que complican en extremo la construcción de coaliciones: los cuadros políticos y técnicos más solventes se han arrinconado en Lima, y sus propuestas no dialogan bien con el conjunto del país. En el otro extremo, una izquierda más asentada en el mundo rural y provinciano tiene mayor cobertura territorial y vínculo con el mundo de activistas, gremios y organizaciones, pero no cuenta con una propuesta nacional ni cuadros para implementar sus agendas reivindicativas y ha definido como un enemigo al sector “caviarizado”.
En este contexto, el gobierno de Pedro Castillo anda a la deriva, más bien reaccionando a los cambios de los intereses, divisiones y movimientos en el Congreso. En medio de esto, quienes pueden aprovechan para conseguir sus objetivos propios: políticos, informales e ilegales. El problema para la izquierda es que el desprestigio del gobierno de Castillo los terminará arrastrando a todos. Acaso por eso Vladimir Cerrón busca como fórmula marcar distancia de Castillo y, al mismo tiempo, mantener las cuotas de poder que le proporciona contar con votos claves en el Congreso.