Hugo Coya

En un país donde las autoridades parecen manejar el poder con la misma ligereza con la que se “prestan” joyas, no debería sorprendernos que y la presidenta se dediquen a negar lo innegable.

Tomemos como ejemplo a Ángel Manero, ministro de Desarrollo Agrario y Riego, quien ha demostrado un talento singular para el autoengaño. Para él, la alarmante cifra de 17 millones de peruanos que enfrentan hambre no es más que “una exageración”. Y su explicación resulta tan insultante como absurda: él también sufriría inseguridad alimentaria porque “no cena”.

Es un argumento que deja atónito a cualquiera que aún crea en la razón. En la FAO, con sus datos y estadísticas, deben estar sacudiendo la cabeza, preguntándose cómo es posible que la realidad se distorsione de manera tan descarada. Pero, claro, en un país donde los hechos se desprecian, ¿quién necesita cifras cuando se puede esgrimir un cinismo tan pulido?

Después de esta declaración magistral, Manero decidió tomarse un respiro. Pidió una licencia para viajar con su familia a París en una fecha que coincidió con la clausura de los Juegos Olímpicos. Porque, en su versión de la realidad, la crisis alimentaria es un invento y que millones de personas no tengan qué comer es un detalle insignificante, un obstáculo menor.

Pero no nos detengamos aquí, que la función continúa. La ministra de Cultura, Leslie Urteaga, parece haber pasado por un curso intensivo de realidades alternativas antes de su participación en el Festival Internacional de Cine de Lima. Con una seguridad tan sólida como vacía, afirmó que el Gobierno respalda al cine nacional, omitiendo, por supuesto, su apoyo incondicional a una ley que impone la censura y asfixia el desarrollo del cine regional. Tal vez, en su universo paralelo, la libertad creativa es celebrada con fanfarrias y premios. En el nuestro, su gestión es más parecida a un mal guion lleno de incoherencias y errores que solo provocan rechazos y protestas.

El ministro de Salud, un digno competidor en este desfile de desconexiones, tampoco se queda atrás. Con un descaro impresionante negó la escasez de medicinas en el país. ¿Qué importa que los pacientes en hospitales públicos enfrenten estanterías vacías y recetas imposibles de surtir, poniendo en riesgo su salud y su vida? En el mundo del ministro, los medicamentos abundan, los hospitales están bien abastecidos y cualquier queja es ficción, un invento de aquellos que, al parecer, tienen demasiado tiempo libre para criticar y que juegan en pared con los grandes laboratorios.

Y, como broche final, tenemos a la presidenta Boluarte, cuyo discurso del 28 de julio será recordado no por su contenido sustancial, sino por su asombrosa capacidad de hablar durante cinco horas sin decir nada relevante. Cinco horas de palabras vacías, en las que intentó vendernos la fantasía de que todo está bajo control, que la inseguridad es solo una percepción errónea y que, en su mundo de ensueño, el es un oasis de paz y prosperidad. Autocrítica y asumir responsabilidades son conceptos que, claramente, no figuran en su diccionario.

Sin embargo, la negación tiene un límite, y ese límite se encuentra en la realidad misma, que no tardará en pasar factura. El Perú, con su larga historia, no es un país que tolere el engaño por largo tiempo. Las consecuencias de este peligroso juego político de ilusiones no tardarán en manifestarse y, cuando lo hagan, no habrá discurso, por más elaborado que sea, capaz de ocultarlas. Los días de la burbuja están contados y, tarde o temprano, la realidad exigirá cuentas. Avisados estamos.





*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Hugo Coya es Periodista