Iván Alonso

Una buena manera de juzgar las virtudes del, que empezó a funcionar en agosto de 1993, es ver cómo ha tratado a aquellas personas que ha tenido a su cargo y que han cumplido con todo lo que el sistema les pedía. Hagamos un pequeño experimento mental, pero antes recordemos sus orígenes.

La creación del SPP era una necesidad imperiosa porque el sistema público había colapsado. Mucho antes de que la hiperinflación se comiera las pensiones, el gobierno se comía los aportes. El bienestar de los jubilados nunca fue una prioridad presupuestal. Había que poner los aportes de los afiliados fuera del alcance de los políticos. Eso es, en el fondo, lo que causa tanta resistencia.

No fue, digan lo que digan sus detractores, una creación de la Constitución del 93; no solamente porque fue creado cuando todavía estaba vigente la del 79, sino porque ya la Constitución del 79 contemplaba la posibilidad de que existiera un sistema paralelo al sistema público.

Ahora sí, veamos cómo le habría ido a un afiliado hipotético que comenzara su vida laboral al mismo tiempo que el SPP comenzaba la suya y aportara ininterrumpidamente desde entonces. Imaginemos, para no sobreestimar los beneficios del sistema, que este afiliado hipotético ha ganado siempre el sueldo mínimo; no el de hoy, sino el del momento, que ha ido subiendo a lo largo de los años de S/72 mensuales a S/1.025.

En sus primeros 20 años de aporte había acumulado S/26.000 en su fondo individual, que 25 años después, al llegar a la edad de jubilación, se convertirán en S/112.000, si se mantiene la rentabilidad real histórica observada hasta ahora. Con ese saldo recibirá una pensión de S/630 mensuales, bastante más que los S/500 que le pagaría la ONP con esos mismos 20 años.

Pero supongamos que nuestro afiliado hipotético haya seguido ganando el sueldo mínimo y aportando puntualmente a su AFP. Hoy, con 30 años de aporte, tendría S/60.000 en su fondo, que en 15 años más, cuando cumpla los 65, se habrán convertido en cerca de S/150.000. Si en este momento deja de aportar, podrá recibir una pensión de S/800 mensuales. Si, en cambio, sigue trabajando y aportando hasta esa edad, su fondo llegará a S/200.000 y su pensión a S/1.100, un poco más de lo que estará ganando justo antes de jubilarse. La ONP no le pagaría ni siquiera S/900.

La primera conclusión de nuestro experimento es que las bondades del SPP no dependen tanto del nivel de ingresos, sino de la continuidad de los aportes. La segunda conclusión es que la superioridad del SPP sobre el sistema público tampoco depende del nivel de ingresos del afiliado. Hasta para un afiliado que gane siempre el sueldo mínimo, un sistema de cuentas individuales es mejor que un sistema de reparto. La superioridad del SPP, por último, es independiente de la continuidad de los aportes, como se puede demostrar agregando un par de elementos a nuestro experimento. La continuidad y el nivel de ingresos son importantes para saber qué pensión recibiremos, pero no para decidir qué tipo de sistema es mejor.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Iván Alonso es economista

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