Hace unos días hemos sido testigos de cuán común se han vuelto las prácticas incorrectas en la producción científica en nuestro país. Frente a esta situación es indudable que debemos construir un sistema de incentivos conveniente, que realmente promueva la producción académica, y no las trampas y los atajos. Sin embargo, este hecho también puede ser una oportunidad para pensar nuevamente en el rol que deben tener aquellos que, entendidos de manera amplia, generan evidencia en un país como el Perú, y que incluye tanto a los académicos y las universidades como a los centros de pensamiento o ‘think tanks’, entre muchos otros.
Soy un ferviente creyente de que la producción científica seria aplicada a nuestra realidad es esencial y puede generar muchísimos beneficios a nuestra sociedad (pensemos, por ejemplo, en investigación específica que ayude a incrementar el uso industrial de una planta oriunda de nuestro país). Pero también creo que, a la par de esa labor, el rol de los académicos y centros de pensamiento debe ser aun mayor en un contexto como el peruano, en el que existe tanta fragilidad institucional. Encuentro dos espacios en los que aquellos que generan conocimiento y evidencia pueden tener un rol central. En primer lugar, un país como el Perú, que sobrevive en medio de tantas noticias falsas y medias verdades, necesita que los investigadores estén dispuestos a informar y diseminar evidencia, así como a construir espacios de debate y diálogo. Segundo, es crucial que los académicos se involucren aún más en la concepción, elaboración y desarrollo de las políticas públicas.
Al respecto, profundicemos un poco más sobre la necesidad de diseminar la evidencia. Para entender por qué esto puede ser fundamental, basta recordar cómo han venido pululando en los últimos años diversas ideas populistas en el plano económico, como, por ejemplo, el control de precios, cuando empezó a subir la inflación debido a factores externos. Nuestra población, que a veces parece tener una memoria corta, necesitaba que sus investigadores les recuerden cómo medidas de este tipo nunca han resuelto el problema y, por el contrario, terminaron empobreciéndonos durante los años 80. Aquí la responsabilidad es doble: tanto para los académicos e investigadores, que deben estar dispuestos a dejar su zona de confort y salir a comunicar, como para los medios de comunicación, que deben ofrecer sus espacios a expertos y no a charlatanes. Sin embargo, el principal reto quizás es saber comunicar en el lenguaje y formato que entienden las grandes mayorías. Si muchas veces no se les brindan espacios a los académicos es porque sencillamente no hacen ningún esfuerzo por lograr ser comprendidos. En estos tiempos de poca lectura y muchas redes sociales, debemos estar abiertos a explicar de manera sencilla, en formatos más cercanos a los jóvenes e, incluso, con algo de humor. O debemos contar con instituciones que estén dispuestas a llevar a cabo ese proceso de “traducción”. Junto con la importancia de comunicar a la opinión pública es esencial que, de manera creciente, construyamos espacios de debate, para discutir las grandes reformas que requiere nuestro país si deseamos retomar la senda del desarrollo (discutir, por ejemplo, la reforma del sistema político o medidas que ayuden a reactivar la economía).
Asimismo, es esencial que, en estos tiempos de enorme fragilidad de nuestras instituciones, los centros de pensamiento e investigación se acerquen más al proceso completo de elaboración de las políticas públicas. En Chile, por ejemplo, los ‘think tanks’ suelen estar próximos a los partidos políticos, en función de sus tendencias ideológicas e interés programático. Esto ayuda a mejorar la calidad de la elaboración de las leyes en el Congreso. En el Perú esto es impensable, dada la enorme inestabilidad de los propios partidos políticos. No obstante, algunos riesgos se deben asumir y esta práctica debe ser más habitual. Los ‘think tanks’ y la academia, además, deben ayudar a traer innovación a la gestión y las políticas públicas, brindando evidencia de aquellas políticas que funcionan en otras latitudes o que han probado ser positivas en algún piloto dentro del país. A los funcionarios públicos, que deben apagar incendios diarios o que enfrentan una alta rotación, les cuesta ver el bosque y no el árbol. Los ‘think tanks’, que suelen tener menos premura, pueden brindar precisamente esa mayor perspectiva.
En esa línea, existe evidencia de que aquellas investigaciones sobre potenciales intervenciones que se hacen en asociación con los funcionarios públicos tienen más probabilidades de implementarse en la realidad. En algunos ministerios se llegaron a crear laboratorios que buscaban ser justamente esos espacios de intercambio con los académicos, pero estos, en lugar de fortalecerse con el tiempo, se han ido apagando.
El Perú –un país en el que queda mucho por hacer– siempre demanda más de todos nosotros. Los académicos e investigadores no somos, pues, la excepción.