El –algo tan natural en nuestra especie animal– se genera cuando percibimos una amenaza real o padecemos el poder de terceros. El despotismo –el trato abusivo o cruel de la autoridad– se alimenta de nuestro mayor temor a perder la vida o la libertad.

Cuando se colectiviza, el temor adquiere dimensiones insospechadas. Una vez que preservé mi vida, esa percepción corpórea aumenta si los que deciden por mí pueden disolver mi libertad y mi bolsillo, el órgano más sensible de nuestro cuerpo.

La a historia –'magister vitae’ (maestra vida)– nos recuerda las caretas con las que nos aventaja el despotismo. Para el señor de la Bréde y barón de Montesquieu, el despotismo era una de las tres formas de gobierno, junto con la república y la monarquía, y no era cosa nueva. Registraba despotismos en el Imperio Romano, en sociedades asiáticas y en reinos, principados y señoríos de la Edad Media y del Renacimiento, no escapando algunos papados de la familia Medici.

Por espacio –omitiendo despotismos no occidentales– escuchamos del despotismo centralista y gestor de Richelieu y del despotismo cultural y diplomático de Mazarino, reinando Luis XIV. Cabalgando, tiempo después y barnizando las cosas, se acuñó el “despotismo ilustrado” aludiendo a Federico II de Prusia.

Los jacobinos masificaron el despotismo de masas pasando por la horca al antiguo régimen y Robespierre, el incorruptible juez penal de Arrás y líder del Comité de Salvación Pública, estrenó el despotismo filudo. Descabezó a miles con la guillotina –invento del cirujano Guillotin– argumentando que la “cuchilla perfecta” igualaba a los hombres ante la muerte.

Marx encontraba que en sociedades orientales –egipcia, china y babilónica– se ejerció el despotismo burocrático y tributario. Desde una casta militar y civil sin cortapisas y mediante arbitrarias ordenanzas, disolvían las libertades de los súbditos vaciándoles los bolsillos por medio de insufribles tributos.

También en nuestra región hemos padecido regímenes despóticos. Sin referirnos a los recientes para evitar enconos, Simón Bolívar ejerció el despotismo caudillista desde Caracas y en el Perú –para no quedarnos atrás– lo encumbramos dictador supremo en 1924 afianzando un despotismo separatista tras inventar Bolivia.

Al sur, Juan Manuel de Rosas acumuló tal fuerza comandando la provincia de Buenos Aires –un feudo de – que también condujo las relaciones exteriores de la confederación a la que se oponía. Mediante un “plebiscito” asumió “la suma del Poder Público” en 1835 emulando el despotismo centralista galo.

Venezuela –fiel a lo que parece su gen político– estrenó otra variante, el despotismo desarrollista, con Antonio Guzmán Blanco, que gobernó casi 18 años decretando las obras públicas con las que se enriqueció impúdica e impunemente compartiendo el asalto con su argolla.

En México, Porfirio Díaz gobernó durante 35 años, fue un déspota militarista; y Alfredo Stroessner, desde agosto de 1954, estrenó en Paraguay el despotismo chantajista toda vez que envileció sin piedad a quienes lo desafiaron. El ‘Stronato’ –despotismo revestido de nacionalismo– ejerció el poder durante 34 años en concubinato con siniestros nazis, proveyéndoles anonimato, recursos, tierras y poder.

Desde 1958, el ecuatoriano García Moreno revivió el despotismo político-clerical acuclillando a sus opositores por casi 18 años hasta que lo asesinaron; y Jorge Ubico, en Guatemala, impuso el despotismo legislativo por 13 años.

Habiendo referido sucintamente algunos distintivos despóticos, observo sin perplejidad ni piedad las elecciones argentinas reafirmando que solemos tener el gobierno al que nos parecemos.

La inflación es el más compulsivo e injusto impuesto. El multipropósito funcionario kirchnerista Sergio Massa generó la mayor inflación regional anual como ministro de Economía y resultó el más votado. Entre otros, gerenció el miedo apocalíptico, incrementó desde su cargo la adicción asistencialista y ahora pretende imponer –habrá menos ausentismo y más vagos votando– el despotismo inflacionario.


Javier González-Olaechea Franco es PhD en Ciencia Política, graduado en la ENA e internacionalista

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