Ayer, en una competencia que mantuvo a los espectadores con los puños apretados hasta los segundos finales, Stefano Peschiera se llevó la medalla de bronce en vela y, con ella, volvió a meter al Perú en un podio de los Juegos Olímpicos (JJ.OO.) 32 años después de que Juan Giha alcanzara la plata en Barcelona 1992. Si para cualquiera de los más de 10.000 atletas que compiten en los JJ.OO. ubicarse entre los tres primeros de su disciplina ya es una victoria, en el caso de Peschiera hablamos de toda una hazaña, pues representa a un país en el que los deportistas de élite suelen forjarse a sí mismos, muchas veces con el único apoyo de sus familias y obligados en ocasiones a tocar puertas para costearse su formación y sus equipos.
Este es un rasgo que caracteriza a los 26 atletas que componen la delegación peruana en París 2024. Estas dos semanas en las que nos han mantenido pegados a las pantallas (y a las tablas de puntuación) han servido también para conocer sus historias más de cerca. Para saber que en un país agobiado por la crisis institucional y en el que se hace muy difícil encontrar referentes, ellos están allí para inspirarnos. Después de todo, ya han logrado que esta sea la mejor participación peruana en unos JJ.OO. desde 1992. Es decir, cuando muchos de ellos, como Peschiera, todavía no habían nacido.
Historias como las de María Belén Bazo, que estuvo a nada de alcanzar el podio –quedó en el cuarto lugar en windsurf y se llevó el diploma olímpico– y que hace unos años tuvo que pedir apoyo a través de un sitio web para poder costear sus entrenamientos. O como la de Alonso Correa, que logró también el cuarto lugar en surf, y cuyo entrenador, ‘Magoo’ de la Rosa, reveló en entrevista con este Diario que “hace dos o tres años no tenía ni un solo auspiciador”.
Imposible dejar de mencionar además lo logrado por Evelyn Inga y Mary Luz Andía en la competencia de marcha de la semana pasada. Evelyn, que alcanzó el octavo lugar y diploma olímpico, lo hizo luchando no solo contra el tiempo, sino también contra un hipotiroidismo que la obliga a ceñirse a un estricto plan nutricional. Mientras que a Mary Luz, que llegó duodécima, la sacaron del Programa de Apoyo al Deportista.
Y cómo dejar fuera de este recuento a Kimberly García y César Rodríguez, que finalizaron cuartos en la marcha de relevos, a solo 18 segundos del podio. Ellos y el resto de la delegación olímpica peruana, independientemente del puesto que lograron ocupar, ya son ganadores por haber clasificado a la mayor competencia deportiva del planeta.
Por lo que la mejor forma de retribuir el esfuerzo que han hecho debe ser creando las condiciones para que surjan más como ellos. Y esta es una tarea que le compete al Estado en primer lugar, pero también a la empresa privada (muchas marcas ya auspician a varios de nuestros representantes olímpicos, pero no es suficiente) y a una sociedad que no les presta atención si no hasta que ganan alguna competición importante. Ojalá que así como los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos de Lima 2019 sacaron a los peruanos –autoridades y ciudadanos– del marasmo y la apatía, los del 2027 sean aprovechados para lo propio.
No se trata solo de conseguir medallas (que, sin duda, nos llenan de orgullo), sino de promover el deporte en general, que puede ayudar a las personas desde muy pequeñas a nutrirse de valores como la disciplina, la humildad en el triunfo, la resiliencia en el fracaso y el trabajo en equipo, y a alejarlas de las garras de la criminalidad y las adicciones que se han llevado a tantos.
Que las historias de nuestros olímpicos, en fin, dejen de ser la de deportistas que se construyeron por sí solos y pasen a ser la del triunfo de todo un país. Mientras tanto, desde acá les agradecemos enormemente por lo que han hecho.