Esta semana, el congresista José Balcázar anunció su “renuncia irrevocable” a la bancada de Perú Libre. Con él, las bajas que ha sufrido el oficialismo en el Congreso ya suman 21 (de hecho, son más los que se han ido que los que se han quedado en el grupo parlamentario) en poco menos de 11 meses.
Por supuesto, episodios de este tiempo no resultan novedosos en nuestra política; basta con recordar, solo para citar dos ejemplos recientes, lo ocurrido en el período 2011-2016 con la bancada del Partido Nacionalista (que terminó con 26 de los 47 parlamentarios primigenios) o en el quinquenio 2016-2019 con la de Fuerza Popular (que pasó de tener 73 a 53 miembros). Lo que sí es insólito, al menos desde el regreso de la democracia a principios de siglo, es que por primera vez una bancada oficialista ha perdido a más de la mitad de sus integrantes en menos de un año.
Como bien expone un informe de la Unidad de Periodismo de Datos (EC Data) de este Diario, en los 12 primeros meses como oficialismo, Perú Posible solo perdió a dos miembros; el ya mencionado Partido Nacionalista a cuatro; Peruanos por el Kambio a uno; y el Apra a ninguno. Habría que remontarse hasta el caso de la bancada conformada por el nacionalismo y Unión por el Perú (UPP) en el 2007 para ver un quiebre parecido (perdió a 23 miembros en un año), pero, como se recuerda, en este caso se trató de una bancada de oposición.
Ahora bien, ¿puede considerarse esta ruptura del partido del lápiz como un desenlace imprevisto? La verdad es que no. Más allá de la ironía que supone que una opción política que siempre se ha ufanado (y se sigue ufanando) de su ‘unidad’ haya terminado exhibiendo cualquier cosa menos eso, las grietas al interior de Perú Libre eran patentes prácticamente desde el inicio. Por lo que, como mencionamos en este Diario el pasado diciembre, lo verdaderamente llamativo era cómo la bancada había podido permanecer incólume hasta finales del 2021, cuando registró sus primeras tres bajas.
En realidad, lo que ha pasado con la agrupación perulibrista es la expresión más grave de una problemática que no es extraña en nuestro ecosistema político; este es, la confluencia bajo un mismo logo partidario de un grupo de personas que no necesariamente comparten un proyecto de país en común o un esquema de valores, y sí, por el contrario, una mucho más mundana expectativa de llegar al poder. No hablamos aquí de las eventuales alianzas que se forjan para la segunda vuelta electoral (un ejercicio bastante entendible dada la necesidad de superar el 50% en el balotaje para acceder a la presidencia), sino de un conjunto de individuos que asistieron bajo una misma marca a la primera vuelta y por lo que, uno creería, compartiendo las mismas ideas base.
Como ya hemos recordado anteriormente, la candidatura de Pedro Castillo no fue otra cosa que una alternativa para sortear el impedimento legal de postular del líder y fundador del partido, Vladimir Cerrón. Esto desembocó en una curiosa bicefalia con una porción de la bancada seguidora de los designios de Cerrón y con otra, por el contrario, más alineada con la agenda sindical del presidente. De hecho, la creación del llamado Bloque Magisterial en el Parlamento (compuesta por 10 renunciantes de Perú Libre) no es otra cosa que el sinceramiento de esta divergencia.
Por supuesto, el hecho de que no hayan sido las ideas ni los principios, sino la posibilidad de ostentar una cuota de poder lo que los unió en un primer momento, también ayuda a explicar el porqué de esta dinámica de fuga en el oficialismo. Muchas deserciones, en efecto, parecen motivadas por la necesidad de asegurar el control de la bancada por parte de Cerrón (quien, por su parte, ha tuiteado que estos “alejamientos en nada resquebrajan la verdadera unidad parlamentaria perulibrista”) o la necesidad de acercarse más al mandatario para acceder a puestos u otro de tipo de beneficios en el Gobierno.
Y conviene que los electores no pierdan de vista esto la próxima vez que los representantes de esta agrupación soliciten el voto popular.