Editorial El Comercio

Desde hace poco menos de un mes, el mundo político ha estado atento a las meditaciones del mandatario de EE.UU., Joe Biden. Luego de un lamentable debate presidencial en contra de su rival republicano y expresidente Donald Trump, las dudas sobre su capacidad para vencerlo en los comicios y llevar a término un segundo mandato fueron creciendo entre donantes, congresistas, líderes demócratas y la ciudadanía en general. Ayer, Biden anunció que, como se preveía, abandonaba la carrera.

La decisión no debe haber sido fácil. Aunque tardía (la verdad es que Biden nunca debió tentar la reelección), habla bien de su carácter. Su avanzada edad y estado físico hacían irresponsable que continuase en lid. Los números de las encuestas tampoco lo acompañaban. Como dijo en su carta de renuncia a la candidatura, su paso al costado es lo mejor para el Partido Demócrata y para el país que preside.

Desde hoy empieza una nueva campaña electoral. Biden dio su respaldo a Kamala Harris, su vicepresidenta, para que tome la candidatura del partido. Si bien su eventual nominación ha recibido cierto apoyo en las últimas horas, no todos los líderes demócratas han sido de la misma opinión, o por lo menos no inmediatamente. De forma notable, Barack Obama, expresidente de EE.UU., y Nancy Pelosi, congresista y anterior presidenta de la Cámara de Representantes, saludaron la decisión de Biden, pero sin referirse directamente a Harris. Obama, de hecho, habló de crear un “proceso del que emerja un candidato notable” durante la Convención Demócrata por realizarse en menos de un mes en Chicago. La opaca trayectoria de Harris, a quien las encuestas le conceden menos del 40% de aprobación ciudadana, es sin duda un factor por considerar. Su intento presidencial del 2020 fue un naufragio sin atenuantes. Es difícil pensar que su candidatura despierte gran entusiasmo en los bolsones electorales que necesita para ganar, pero la polarización, su juventud y la proyección de convertirse en la primera mujer presidenta juegan a favor.

Es una situación inédita y que pone contra el reloj a Harris, o a quien resulte el candidato demócrata. Las encuestas muestran mejores números de Trump en el puñado de estados que suelen decidir las elecciones estadounidenses. Montar una campaña que voltee el partido a menos de cuatro meses de las elecciones será una tarea cuesta arriba. La maquinaria demócrata deberá trabajar a doble ritmo.

Nada de esto debería soslayar los problemas con la candidatura del otro lado. Trump sigue siendo una figura tóxica para la política y democracia no solo de EE.UU., sino también en el resto del planeta. La elección de su candidato a vicepresidente, James D. Vance, confirma que no tiene intenciones de moderar su retórica, sino más bien de profundizarla con un compañero de plancha igual de agresivo y polarizador. Su programa de gobierno es peligroso en varios niveles –inmigración, política comercial, clima, etc.–. Aun así, la candidatura de Trump recibió un respaldo unánime de un Partido Republicano que ha logrado moldear a su imagen y semejanza, alejado de los principios que lo rigieron décadas atrás.

Las elecciones son, por naturaleza, impredecibles (la victoria del propio Trump en el 2016 fue, por ejemplo, una enorme sorpresa). Pero Biden, con su decisión de ceder la posta, ha hecho lo correcto y mejorado las chances de su partido en noviembre. Si el siguiente candidato demócrata estará a la altura del desafío –o si, más bien, empieza ya demasiado tarde en la carrera– está por verse.

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