Editorial El Comercio

Los buenos resultados logrados por nuestra selección de –sexta del mundo en su categoría– no nos hicieron darnos cuenta por un momento de que estábamos albergando una competencia de talla global. El detalle no es menor, tratándose de un país cuyas autoridades suelen ignorar olímpicamente el deporte y donde los grandes triunfos –como la medalla de bronce lograda por en los últimos Juegos Olímpicos– suelen ser epopeyas individuales trabajadas desde el silencio.

Pero el campeonato mundial de vóley Sub 17 no es el único que tuvo lugar en estos días en Lima. Ayer el Mundial de Atletismo Sub 20 –donde participarán nada menos que 30 de nuestros compatriotas– y hoy el Campeonato Mundial Junior de Natación Artística, ambos celebrados en la Videna. Como bien explicó la entrenadora de la selección peruana de este último deporte, Maura Xavier, “es importante el desarrollo de estos eventos porque el país, […] eleva la competitividad y se genera mayor visibilidad internacional, pues los otros países van a ver que estamos creciendo”.

Es una gran noticia que Lima albergue esta clase de eventos. Estos generan un impacto relevante en la forma como somos percibidos por el resto del mundo y para nuestros representantes, además, se trata de un estímulo doble, pues al jugar de locales consiguen una mayor atención de los hinchas peruanos en las gradas y en sus casas, como se vio durante el torneo de vóley. Y esto motiva a que más peruanos se sumen a practicar deporte.

Pero también es innegable, como hemos dicho antes, que este tipo de eventos pueden ser un acicate para avanzar las grandes obras que la ciudad necesita en infraestructura, vivienda, transporte, ornato, etc. Ya los Panamericanos de Lima 2019 nos obligaron a finalizar algunos proyectos y se espera que hagan lo propio. El ha sido bien gestionado y ha logrado que las instalaciones deportivas se mantengan en funcionamiento. Pero les toca también a las autoridades capitalinas poner de su parte.

Si algo nos ha demostrado la gran cosecha de nuestra delegación en los últimos Juegos Olímpicos –la mejor desde 1992– es que el deporte puede ser una fuente de autoestima y orgullo nacional. Y ese es un maná que no podemos desaprovechar en estos tiempos.

Editorial de El Comercio