Sin que Pedro Castillo haya cumplido un año en el gobierno, la izquierda que lo llevó al poder como uno de sus representantes hoy se muestra empeñada en revocarle sus credenciales.
Según argumentan, un Ejecutivo tan empantanado por indicios de corrupción, plagado de funcionarios incompetentes, congelado frente a las crisis que enfrenta el país (como la alimentaria), conservador y tan meridianamente torpe, no puede ser de izquierda… Y en los últimos días, a través de las redes sociales, muchos representantes de este lado del espectro político han tratado de machacarnos esta idea.
La actriz Ebelin Ortiz dijo, por ejemplo, que “lo que tenemos no es izquierda ni en sueños ni pesadillas”. El columnista de “Hildebrandt en sus trece”, Juan Manuel Robles, por su lado, celebró la victoria de Gustavo Petro en Colombia diciendo: “Una nueva esperanza. Qué distinto a la falsa izquierda de Castillo”. En general, una serie de declaraciones con las que la izquierda que apoyó al maestro rural el año pasado hoy trata de negarlo.
Pero la idea de que hoy pretendan excomulgar al jefe del Estado es problemática por múltiples razones.
La principal es que no tiene sustento. Pedro Castillo no solo candidateó y ganó la presidencia con un partido que se declara marxista-leninista y que lidera un hombre que venera a Fidel Castro. El mandatario también llegó al poder apadrinado por todo el estatus quo izquierdista. De hecho, si este empezó haciéndolo a regañadientes –pues hubiese preferido que Verónika Mendoza ocupara ese lugar–, no se le tuvo que empujar mucho para que poco después pasara por alto los cuestionamientos que aplastaban al candidato y para que suscribiera, y hasta narrara, el cuento de hadas que el exsindicalista quiso contar: el del humilde docente chotano que entraría a Palacio a liderar todo tipo de reivindicaciones y a luchar contra la corrupción.
Y el apoyo en campaña se tradujo luego en puestos en el Ejecutivo para múltiples izquierdistas conocidos y reconocidos: Roberto Sánchez, Mirtha Vásquez, Anahí Durand, Diana Miloslavich, César Landa, Pedro Francke y un largo etcétera. Muchos siguen ahí. Y es que Castillo ha prometido cumplir muchas de las aspiraciones de este grupo, como la segunda reforma agraria y la instalación de una asamblea constituyente (en este caso hasta presentó un proyecto de ley para ese fin). Incluso uno de sus ministros, el de Transportes y Comunicaciones, ha anunciado una iniciativa para intervenir los contratos de concesión, otra de las antiguas metas de este sector.
Esto lleva a otra razón por la que el bastardeo ideológico al presidente es problemático: es una lavada de manos. Con tanto apoyo y participación en el Ejecutivo, desentenderse de lo que antaño consideraron una victoria exige muchísimo tupé. Además, nadie hace un aval ni emite un voto hasta llevar a alguien al poder sin asumirse como garante o, por lo menos, fiscalizador de aquello que está respaldando. Y eso no ha ocurrido. La actitud no solo revela desidia, sino también poca humildad y disposición para reconocer los errores que hayan podido cometer.
Pero lo más curioso del hecho de que la izquierda declare que Castillo no es de los suyos es lo que subyace a las frases negatorias: la pureza. Según ellos, el mandatario no puede ser de izquierda por todo lo malo que hace y se le imputa. Idealizan tanto su propia ideología que la creen inmune a ser profesada y puesta en práctica por corruptos, incompetentes o hasta violadores de los derechos humanos. “No hay izquierdista malo”, parecen decir, “y si es malo, no es izquierdista”. Una fórmula excesivamente cómoda con la que podrían sacudirse hasta de Fidel Castro.
Pero el hecho es que Pedro Castillo es un presidente izquierdista y la izquierda tendrá que aprender a vivir con ello.