Santiago Pedraglio

El 40% de los –52 de 130– ha cambiado de bancada al menos una vez. El total de cambios suma 89, porque hay quienes se han cambiado dos o más veces (El Comercio, 18/7/24). ¿Qué refleja esta conducta política? Que las lealtades partidarias no existen y que los intereses individuales están por encima de cualquier programa político o acuerdo partidario. La escasa lealtad es alentada por los promotores de las agrupaciones, que fichan a sus candidatos como en un mercado de pases futbolero. Se basan en su necesidad de colectar recursos de campaña o en su esperanza de obtener arrastre en una región, un sector social o una colectividad profesional. Las reglas de juego son claras para las dos partes, y en ambas priman los intereses estrictamente individuales.

Nada permite pensar que las cosas serán diferentes –y los resultados, mejores– en las elecciones del 2026. No solo porque las agrupaciones se multiplican –ya son 30 y pueden llegar a 40, señal de que siguen sin primar las adhesiones programáticas–, sino porque, al haberse incrementado el poder del Congreso durante estos caóticos años, ha crecido el poder de negociación de las bancadas y de los congresistas, y de ambos con el Ejecutivo, el sistema judicial y, en general, los organismos del Estado. Tanto así, que, si el próximo gobierno no obtiene una clara mayoría en el Congreso, la vacancia será una sombra permanente.

Lo novedoso es que algunos agrupamientos ya no tienen como objetivo ganar las elecciones, sino “disfrutar” de una bancada o bancadita en el Congreso. Ocurre en el centro, la izquierda y la derecha. El cálculo quizás sea que la vida resulta más cómoda en el Parlamento, sin los apremios propios del Ejecutivo, y que el poder que se adquiere es lo suficientemente vasto como para negociar y conseguir sus objetivos, sobre todo si el Ejecutivo está a su merced. La debilidad de la presidenta Dina Boluarte es un ejemplo extremo, pero pueden presentarse situaciones que, aun siendo menos precarias, resulten muy provechosas para bancadas y congresistas avispados.

Después del despliegue de prepotencia congresal y la instalación del caos en que ha devenido su actuación, ya no se sabe qué régimen político impera, en la práctica, en el Perú. El presidencialismo está herido y la caricatura de parlamentarismo es solo una coartada para el autoritarismo.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Santiago Pedraglio es sociólogo