Hace una semana, decíamos en este espacio que era inexplicable el silencio del presidente Pedro Castillo respecto de los US$20 mil en efectivo encontrados en el baño de uno de sus funcionarios más cercanos en Palacio. Habían pasado más de dos semanas y media y el mandatario optó por no dar ninguna explicación al respecto a la ciudadanía ni, menos aún, por condenar la serie de denuncias que recibía su ahora ex secretario general por presuntos actos de corrupción.
Un hallazgo de este tipo en un país que aspira al desarrollo amerita la respuesta inmediata de quien personifica a la nación. Sin embargo, han pasado los días y el presidente sigue sin decir palabra alguna. Por el contrario, ahora utiliza con mayor frecuencia en los eventos públicos en los que participa (porque no da entrevistas) la gastada frase de que él sí cuenta con la autoridad moral para combatir la corrupción, a diferencia de sus antecesores, aprovechando nuestro triste récord nacional de tener a la mayor cantidad de expresidentes procesados por la justicia.
Sumado a ello, el pasado 9 de diciembre, a propósito del Día Internacional contra la Corrupción, su gobierno anunció diez medidas para prevenir este flagelo en el Ejecutivo. Por ejemplo, la implementación de mecanismos de buena diligencia para evitar escándalos por malas designaciones, que todas las entidades gubernamentales cuenten con un registro estándar de visitas en línea, así como acciones de prevención y gestión para evitar posibles conflictos de intereses, entre otros.
Sin embargo, el mandatario no parece darse cuenta de que anuncios de este tipo no generan ningún efecto si es que, desde su posición, se hace todo lo contrario. Además de su silencio por los US$20 mil de Bruno Pacheco, Castillo sigue sin publicar la relación de personas con las que se reunió –fuera del registro oficial– en la casa de Breña. Tampoco declara sobre el contrato por S/232,5 millones que ganó un consorcio relacionado con la ‘lobbista’ Karelim López en Provías. Menos aún, sobre los mensajes de WhatsApp que acreditan que se intentó interferir en los ascensos en el Ejército, por más que el exministro de Defensa Walter Ayala lo haya negado varias veces. O por los más de 65 días que llevan prófugos Los Dinámicos del Centro.
Estamos, pues, ante un presidente acorralado en un doble discurso del que parece no quiere salir. Para su suerte, tiene al frente a una oposición parlamentaria desarticulada e incapaz de generar mayores adhesiones –y que la semana pasada recibió una innegable derrota política–. Sin embargo, continuar con estos mensajes ambivalentes solo atenúan por un momento la crisis del Gobierno y cubren de hipocresía la necesaria lucha anticorrupción.
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