Hay una tendencia a polarizarlo todo, a presentar el mundo en blanco y negro, a esperar qué va a decir el otro para ofendernos, oponernos y de paso hacerlo puré. Las bromas ya no son bromas, los términos nunca son los apropiados, los comportamientos son siempre reprimibles. Si dices que las personas son más importantes que los animales, te gritan porque eres un insensible que no se ha dado cuenta de que tu vida no vale más que la de ellos. Si haces una broma sobre la belleza de un hombre, te tildan de incongruente; si te atreves a decir que no estás de acuerdo con alguna posición extrema del feminismo, te agarran a palos; si no le saltas a la yugular al político que la mitad de la población odia, te insultan en todos los tonos; y si le saltas, también.
Resulta agotador, porque se nos ha dado por reclamarle al otro un nivel de coherencia que no existe en ningún ser humano, una infalibilidad que es imposible, una corrección estúpida y aburridísima con respecto a los temas más insólitos. A los achorados, a los matones de siempre, que esconden su conservadurismo detrás de una cruz que no los merece ni los representa, se le suma una respuesta histérica de quienes quieren que te coloques en el otro extremo a tirarles piedras.
Soy feminista, defiendo el aborto, peleo por la unión civil, creo en la democracia y en los derechos humanos por sobre todas las cosas. Y eso me granjea, como a muchos de ustedes, miles de enemigos que consideran que merezco algo así como morir violada en una zanja. Pero de ellos no espero nada mejor. Lo que me asusta, me deprime, me resulta incomprensible es que los que abrazan las mismas causas que yo pretendan que haya una sola forma de pelearlas. Una manera correcta de protestar. Una única táctica para defendernos, con un solo vocabulario y una serie de actividades elegidas.
Me considero una persona medianamente valiente, pero creo que tenemos que permitirnos a veces un poco de cobardía. Trato, como todos ustedes, de ser honesta conmigo misma, pero estoy segura de que voy a caer necesariamente en la inconsecuencia, levanto la voz ante injusticias que me parecen intolerables, pero a veces tengo miedo de la respuesta de odio que eso va a generar, y entonces me canso y soy egoísta. Pero esto no se trata de mí, sino de todos: defendamos nuestro derecho a ser neutrales cuando lo creamos necesario, a no comernos ninguno de los argumentos extremos cuando no nos convenzan. Construyamos un espacio en el que el pensamiento crítico, y no fanático, tenga desarrollo. Donde podamos respetar la forma y las herramientas que el otro ha escogido para pelear sus batallas.
Porque si no lo hacemos, si no nos permitimos ser humanos, si nos ahogamos en nuestras exigencias morales, en nuestros requerimientos de infalibilidad, en la tiranía de la consecuencia y la perfección eterna, vamos a terminar destrozándonos. Y aniquilando, nosotros mismos, nuestras propias causas y luchas.