(Foto: El Comercio)
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Carlos Meléndez

“Primero los peruanos” bien podría ser el próximo eslogan electoral de un tal Partido Xenófobo Peruano. Tal lema capitalizaría el creciente rechazo a los extranjeros inmigrantes –particularmente –, el cual viene calando entre “nosotros”, los peruanos. Los insultos y ataques en redes virtuales ya alcanzan para comenzar con la inscripción de una organización de este tipo. Y aunque tal vez no veamos en un solo partido tal alquimia ilustrativa de la animadversión explícita a la inmigración, otras experiencias nos alertan de los peligros de la politización de la xenofobia.

El incremento en apoyo electoral a los partidos de derecha en Europa (La Liga en Italia, el Frente Nacional en Francia, Jobbik en Hungría, Partido por la Libertad en Holanda, Ley y Justicia en Polonia, etc.) está relacionado con la crisis migratoria internacional que ha llevado a originarios de Medio Oriente y África a cruzar el Mediterráneo, en búsqueda de refugio pacífico y mejores condiciones de vida. La asimilación de esta población inmigrante en Europa ha generado tensiones sociales y azuzado miedos, los cuales han sido hábilmente aprovechados por sectores conservadores, ignorantes de las ventajas de la integración.

El resurgimiento de discursos y políticas nacionalistas no impacta solamente a los inmigrantes. Ciudadanos europeos o estadounidenses han visto afectados sus derechos a la privacidad de sus datos, llamadas telefónicas y asociaciones, bajo el conjuro omnipotente de la seguridad nacional. Gestionar la salvaguarda fronteriza o la estabilidad interna ha potenciado la manipulación e inducido al debilitamiento de garantías y derechos fundamentales, lacerando la democracia liberal y sus valores.

En Sudamérica, el éxodo de millones de venezolanos ha propiciado condiciones para replicar la politización de la xenofobia. Ecuador se ha declarado en emergencia; Colombia ha recibido apoyo monetario de Estados Unidos para la ayuda humanitaria a esos inmigrantes; el Perú y Chile adaptan sus sistemas de visados para acogerlos.

Sin embargo, las políticas públicas no rozan la convivencia cotidiana. Su solidaridad con el inmigrante no previene ni frena el crecimiento de la xenofobia como arma ideológica. Y en contextos de crisis programática, bien que lo sabemos, los “antis” movilizan campañas electorales basados en estigmas que avivan miedos y rechazos, ya sea contra un rival político, de clase o, dado el caso, contra el extranjero. Así crece el atajo cognitivo de culpabilizar de todos nuestros males sociales –la inseguridad, la informalidad, el desempleo– al “otro”, en este caso al extranjero.

Añádase a ello que en una sociedad con partidos anémicos, como la nuestra, las referencias normativas se ayuntan al impacto de los medios masivos de comunicación. Ellos, quienes se adentran en nuestra intimidad hogareña, juegan un rol clave en la formación de la opinión pública. Algunos analistas han alertado sobre los graves equívocos de ciertos órganos de prensa en la estigmatización de los inmigrantes venezolanos –véanse al respecto las columnas de ayer de y de –. Pues las consecuencias de la expansión de estigmas en la esfera pública socavan los valores democráticos de tolerancia, derechos civiles y respeto a minorías.