(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Elda Cantú

Casi todos los profesores del mundo alguna vez han interrumpido una pizarra vacía con una sola, única palabra para después desarmarla en sus componentes etimológicos. Así aprendimos, por ejemplo, que ‘democracia’ es una palabra compuesta por dos raíces griegas: ‘demos’, que significa ‘gente’ o ‘pueblo’ y ‘kratos’, que significa ‘autoridad’ o ‘poder’. A partir de esa genealogía lingüística, los docentes trazan un recorrido para explicar un concepto o desmontar una idea. ‘Xenofobia’ suele ser uno de esos vocablos que se dibujan con una flecha que apunta a las primeras cuatro grafías indicando ‘extranjeros’ o ‘extraños’ y otra que apunta al sufijo indicando ‘miedo’.

En el 2016, el sitio dictionary.com eligió ‘Xenophobia’ como su palabra del año. Como en todos los ránkings creados por los diccionarios, el criterio no tiene que ver con la novedad sino con la popularidad en las búsquedas de los usuarios. Ese año, millones de internautas querían saber el significado de ‘xenofobia’. Pero cuando la definición de una palabra es tan amplia, se convierte en un paraguas bajo el cual se refugian acepciones confusas o contradictorias. El miedo, después de todo, es un mecanismo instintivo y natural que, en dosis saludables, nos mantiene alerta y nos motiva. Qué hacemos con el miedo es un asunto más complicado y peligroso. Las definiciones menos literales de la palabra intercambian miedo por desprecio y todas sus negativas consecuencias.

Hasta ahora, y más allá de las encuestas de opinión, contamos con escasos datos numéricos que nos permiten conocer y comparar la actitud que las personas en distintos países tienen hacia los “extraños”. La World Values Survey es un proyecto de investigación fundado en 1981 que explora los valores y creencias en casi 100 países y su impacto en la política. El cuestionario pregunta qué tipo de personas no le gustaría tener como vecinos. En la edición 2010-2014, el 10,4% de los participantes del continente contestó que no le gustaría vivir cerca de inmigrantes o trabajadores extranjeros: el 34% de los ecuatorianos rechazaba a los vecinos extranjeros, mientras que solo el 1,7% de los uruguayos respondía del mismo modo. El Perú, México y Estados Unidos expresaban rechazo en proporciones parecidas (10,7%, 11,6% y 13,6%, respectivamente). Pero preferir que en nuestro edificio o barrio vivan personas con nuestro mismo acento y pasaporte no necesariamente se traduce en violencia o discriminación.

Reidar Ommundsen, profesor en el Departamento de Psicología de la Universidad de Oslo, distingue entre el odio racista y el miedo xenófobo. Aunque a menudo se usan de manera intercambiable, existen diferencias importantes. Junto con Kees van der Veer, profesor de Sociología de la Universidad de Ámsterdam y un equipo de expertos de Estados Unidos, Ommundsen ha creado que ayudaría a medir mejor la xenofobia. El psicólogo noruego cree que si identificamos una tendencia creciente de miedo a los inmigrantes podremos explicar mejor qué lo está causando.

Según la agencia de noticias ScienceNordic, el instrumento desarrollado por Ommundsen y sus colegas consiste en ordenar cinco frases que describen una serie de opiniones según el grado en que se está de acuerdo con ellas: “La inmigración en este país está fuera de control”, “Dudo que los inmigrantes pongan en primer lugar el interés de este país”, “Temo que nuestra propia cultura se pierda con el aumento de la inmigración”, “Con un aumento de la migración temo que nuestra forma de vida cambiará para peor” y “Me incomoda interactuar con inmigrantes”.

Aunque no existen aún noticias de que se haya aplicado el cuestionario de manera significativa, contar con una metodología nos permite una mirada más objetiva a un asunto que nos mueve de manera visceral. Hace unos días publiqué un estado de Twitter donde sugería que la actitud en el Perú hacia los extranjeros era cada vez más hostil. Desde entonces no he parado de recibir –en parecidas proporciones– apasionados desmentidos, disculpas públicas e insultos.

Pero ¿cómo se traduce este miedo en la vida diaria? ¿Cómo luce la xenofobia desde un asiento de bus, una silla en un restaurante, una curul en el Congreso? Aunque aún estamos explorando estas respuestas, vale la pena considerar lo que opinan los especialistas. Stephen Saideman, un politólogo experto en relaciones internacionales, que “la intolerancia en sí misma se encuentra a nuestro alrededor pero sólo es políticamente relevante bajo circunstancias particulares: qué está haciendo el gobierno y quién tiene acceso al gobierno”. Saideman apunta que en los países con mayores libertades económicas la intolerancia étnica y el conflicto tienden a ser menores. Una premisa que, si nos damos el trabajo de estudiar, tal vez ilumine uno de los mayores claroscuros de la discusión en torno a la xenofobia en otros contextos: en las sociedades desiguales, el miedo y rechazo al “extraño” parecería nacer casi siempre de la sospecha de ser víctima de la injusticia.