No piense en lo que sea que le haya dicho su homólogo Vizcarra –¡fue torpe al llamarlo a usted, pues debió dejar el contacto en manos de cancillería!–, sino en el daño irreversible que le haría a las relaciones de Uruguay y Perú si concede el asilo a Alan García, proclamando así que somos discapacitados para lidiar con nuestra corrupción y nuestros ex presidentes.
No ha habido aquí un golpe de Estado ni algo parecido a una dictadura que someta poderes y persiga opositores. Lo que veo, por el contrario, son fiscales y jueces independientes y muy severos, aplaudidos por tribunas indignadas. Han cometido excesos con las prisiones preventivas y allanamientos, pero no veo indicios de que ello sea promovido, ni siquiera aplaudido, por Vizcarra, a quien recusa García en esa carta que ahora su abogado Erasmo Reyna dice que es falsa, pero que nos llegó a varios periodistas a través de fuentes ligadas al ex presidente. Si la niegan es porque la reserva los obliga.
Hay, pues, excesos, como los cometidos con Keiko Fujimori y su entorno, pero se pueden corregir en otras instancias nacionales, y en la Corte IDH si llegara el caso; no por el presidente uruguayo.
En el análisis más ponderado al que hoy se suma hasta el ex presidente Julio María Sanguinetti (tras una primera reacción generosa hacia García), el asilo debe ser muy meditado. Los 3,5 millones de habitantes de Uruguay no tendrían por qué asumir una afrenta al 90% de peruanos, casi 30 millones, que desaprueban a García y, por extensión, cuestionarían el asilo. ¿Asilaría a Lula da Silva desafiando a dos tercios del vecino gigantesco? Ni hablar, ¿no? Ya pues.
Estuve en mayo en Uruguay, en vísperas del Mundial de Fútbol, y sentí una tremenda simpatía popular, a través de las varias fronteras que nos separan, con el Perú. La simpatía es mutua. El Perú es un buen amigo en la proyección del Uruguay hacia el Pacífico. Es más, sucesivos gobiernos han buscado ligar a su economía con los beneficios de la Alianza del Pacífico. Pongan eso en la balanza y no las afinidades de partidos y líderes que coincidieron en cargos, en cumbres o en ligas rimbombantes como la Internacional Socialista (el Partido Socialista de Vásquez no es miembro de la IS, pero sí su aliado Nuevo Espacio).
Conozco los casos de García y dudo mucho de que una conferencia en Sao Paulo puede ser pasada como coima de carcelería efectiva. Sería un abuso judicial. Presumo que el fiscal Pérez anda detrás de delaciones y pruebas de pagos a su entorno. Si los hubiera, que pague; si no los hay, ¿qué tanto brinco? Si a pesar de todo esto, Vásquez da el asilo, creo que el Perú tiene que dar el salvoconducto, con la promesa uruguaya de velar porque García afronte su nueva contumacia en silencio, sin hacer giras activistas contra la justicia peruana.