Mi columna de la semana pasada abordó las características del sector antifujimorista del electorado peruano. Si bien distinguí a quienes sustentan su rechazo al fujimorismo en el dolor y la convicción política, me enfoqué en aquellos que lo suscriben como venganza política, oposición clasista y “mal gusto”. Como sostuve, estos electores provienen de las élites limeñas, históricamente “discriminadoras e insensibles con los de abajo”. Las críticas a mi argumento sostienen –obviando insultos– que estoy generalizando a partir de unos cuantos casos, con la intención de deslegitimar las protestas contra el indulto a Alberto Fujimori.
Desde hace seis años estudio el antifujimorismo; su rigurosidad se extiende a sondeos de opinión aplicados por el IOP-PUCP, Ipsos y GfK (dos veces). Las tesis de mi columna anterior se fundan en datos de GfK (marzo último), cuyos resúmenes fueron publicados por el diario “La República” (de línea editorial claramente antifujimorista). Según esta fuente, el 30% de peruanos califica como antifujimorista, un porcentaje idéntico a la suma de los fujimoristas “duros” (10%) y “simpatizantes” (20%). Desagregados por características socioeconómicas, encontramos que el antifujimorismo es mayor en los niveles de ingresos más altos (¡42% en NSE A y B!), entre los mayores de 40 años (35%), en el sur (46%) y oriente del país (35%).
Estos datos –difícilmente un “vómito de rabia”– respaldan mi diagnóstico del antifujimorismo como elitista y contradicen las especulaciones de que se trata de un fenómeno ‘millennial’. De hecho, entre los más jóvenes (18-24 años) el antifujimorismo es relativamente bajo (21%). En Lima, el rechazo a los naranjas bordea el promedio nacional (28%), siendo justamente estos “antis” capitalinos quienes mayor presión mediática han ejercido. Reitero mis conclusiones: los rasgos sobresalientes de los antifujimoristas son su elitismo (esto es: nivel de ingreso asociado a nivel educativo) y su alta edad. Este perfil dista del activista “anti” promedio (por ejemplo, los No a Keiko), cuyas características sociodemográficas bien podrían ser una excepción (aunque comúnmente se les confundan, las estadísticas no mienten).
Los rasgos peculiares de la oposición al fujimorismo favorecen este tipo de disputa con connotaciones de clase, azuzando la polarización (como sucede con el correísmo/anticorreísmo en Ecuador o el chavismo/antichavismo en Venezuela). En el Perú, quienes promueven este enfrentamiento convierten la ruptura sociopolítica –conscientemente o no– en un signo de distinción clasista. No obstante, un 40% de peruanos participa de esta dicotomía, mientras el 60% se mantiene indiferente. En esta pugna política, cada polo produce su propia “historia”, empleando activamente rumores para justificar su narrativa. Por ejemplo, el rumor del indulto a Fujimori existió desde los últimos días de Ollanta Humala, provocando manifestaciones en contra desde entonces. No inquiero el valor de verdad de los mismos, sino su efecto.
Mi ética profesional me inclina a decir las cosas como son, no como quisiera que fueran. Asumo los costos de priorizar el análisis por sobre la opinión, pese a que las hinchadas premian lo contrario. Felizmente, nunca seré popular.