En el corazón de la Amazonía, la salud de un niño de primaria refleja las complejidades que enfrentamos al abordar la salud pública. Mi experiencia en Iquitos, en un proyecto de investigación sobre la malaria, destacó las profundas brechas en el acceso a la atención médica, especialmente en comunidades remotas. Esta realidad nos invita a reconsiderar la formación de profesionales de la salud desde sus primeros años de estudio.
El desarrollo profesional debe abordar de manera holística los determinantes sociales de la salud, que según la Organización Mundial de la Salud se manifiestan en las circunstancias de nacimiento, crecimiento, trabajo y vida. Esta realidad fue evidente en una comunidad a la que solo se puede acceder por río, revelando carencias en servicios básicos como agua potable, electricidad y atención médica. En este contexto, me encontré con la historia de un niño con malaria, cuyo diagnóstico resaltó las barreras a la atención médica, la distancia geográfica y la precariedad de las condiciones de vida. Esta experiencia subraya la urgencia de formar profesionales de la salud enfocados en la prevención más que en la cura.
El sistema de salud enfrenta desafíos estructurales que requieren un enfoque preventivo y promocional. Aunque el abordaje de determinantes sociales es esencial, su integración no debe limitarse a la salud pública; todos los programas de salud deben adoptar una perspectiva holística desde el pregrado, no solo como un curso adicional. Por ello, insto a las universidades a una transformación integral en la educación de profesionales de la salud. No se trata únicamente de curar enfermos; debemos ser agentes de cambio, abordando los problemas desde sus raíces y considerando los determinantes sociales. La salud pública debe ir más allá de ser simplemente una asignatura; debe ser el hilo conductor para profesionales comprometidos con una sociedad más saludable y equitativa.