Hace poco más de un mes se conmemoró una fecha importante que debería ser celebrada con mucho júbilo: el Día de los Jueces. No obstante, nuestro país está lejos de admitir que nuestro Poder Judicial aún no tiene la solidez institucional que debería, que por mucho tiempo ha sido maltratado y menospreciado por otros poderes del Estado. Aunque también el problema viene del interior de la institución, incluso de nuestra propia sociedad, que no respeta a sus jueces y cree que un juez es un funcionario desconfiable más.
Es cierto que tenemos uno que otro pillo en la institución, pero eso no nos da la atribución de generalizar a un sector de jueces dignos que, desde su diminuta esfera, tratan de cambiar la institución y su país a través de la justicia.
A diferencia de Estados Unidos, donde la función de juez no solo es una vocación, sino también un cargo profundamente respetado entre los estudiosos del derecho, nuestro país aún no alcanza ese nivel de reconocimiento y prestigio. Un ejemplo claro de la relevancia del sistema judicial en EE.UU. es que el presidente electo, en su toma de posesión, siempre jura ante el presidente de la Corte Suprema. Este acto simboliza la importancia de la justicia como uno de los pilares fundamentales de su sociedad que destaca la labor de los jueces.
Quisiera no acabar sin antes invocar a mi generación y a las que vienen a formar su vocación como jueces de nuestras distintas cortes del norte, centro y sur. El cambio de nuestro país está en manos de nuestros jueces. Ignorarlo sería imprudente, ya que son los únicos que mantienen en equilibrio a nuestra sociedad. Solo con un sistema judicial fuerte y comprometido podremos construir un Perú más justo y equitativo.