Mario Ghibellini

El año que termina será recordado como el año que vivimos en peligro. En peligro de irnos definitivamente al diablo, se entiende. Porque no es que el año anterior, mientras el golpista de Chota todavía nos gobernaba, fuera un día de playa. El 2023, sin embargo, empezó con una presidente que se tambaleaba, un Congreso que fingía estar considerando seriamente la posibilidad de adelantar las elecciones y un grueso sector de la ciudadanía dispuesto a levantar la bandera del “que se vayan todos”, sin importar lo que viniera después. Paulatinamente, no obstante, la tormenta política fue cediendo y empezó a amenazarnos más bien el ciclón Yaku. El deterioro de la situación económica y la inseguridad campante en el territorio nacional aportaron también lo suyo a la inestabilidad que hasta ahora sufrimos. Pero lo cierto es que la perpetua guerra entre el Ejecutivo y el Legislativo se transformó de pronto en un lento y acompasado acercamiento entre ellos. Y no pasó mucho tiempo antes de que descubriésemos que esos poderes del Estado estaban, en realidad, bailando cachete con cachete.

(Ilustración: El Comercio)
(Ilustración: El Comercio)

- Sácale conejo -

Hay que aclarar de antemano que ese tipo de baile no es un invento local. Antes de que cierta canción que exaltaba la referida frotación de mejillas –y otras de orden descendente– se pusiera de moda entre nosotros, los anglosajones ya se apachurraban en una danza que apodaban “cheek to cheek”, y los franceses hacían lo propio en un movimiento acaramelado que denominaban “Tete a tete”. Por eso, para encontrar un cimbreo de características similares pero indudables raíces autóctonas, tenemos que retrotraernos quizás a los tiempos del “Perreo chacalonero”, creación heroica del aclamado Chacalón Junior que hizo arder a principios de siglo los salones de baile de todo el país con una melodía literalmente pegajosa y una letra incitante.

En el momento más ígneo del temita, y con una ligera desafinación que solo contribuía al abandono de los danzantes, la voz del cantante susurraba: “Perreo, papi, perreo/ perreo, papi, perreo”. Y a continuación enfilaba hacia una conminación en la que había que adivinar el verbo. “¡Duro, duro/ duro, duro, duro!”, ordenaba cinco veces, para luego ponerle un límite imaginario al no mentado ejercicio. “Hasta que choque el hueso/ hasta que choque el hueso”, advertía la voz, planteando así un nuevo acertijo: ¿de qué hueso podíamos estar hablando? ¿El sacro? ¿El coxis? ¿El ilion tal vez? Antes de que la duda pudiese ser absuelta, sin embargo, aparecían las instrucciones finales: “Sácale conejo, cho-clo/ sácale conejo cho-clo-cló”, dictaba el hombre que sostenía el micro, y a esas alturas ya todos estaban demasiado internados en los maizales como para hacerse preguntas teóricas.

Por supuesto que el despliegue rítmico al que han estado entregados durante este año Ejecutivo y Legislativo no es exactamente el que corresponde al “Perreo chacalonero”, pero tiene algunos puntos en común con este sobre los que volveremos más adelante. El cachete con cachete que compromete a los poderes en cuestión se ha caracterizado, más bien, por una indulgencia recíproca con respecto a los indicios de rapacerías y los antojos mundanos que asoman en el otro. En un contexto histórico distinto, las andanzas de Nicanor Boluarte y las atenciones del premier Otárola hacia algunas allegadas suyas ya habrían hecho arder Troya en el Congreso, y el espíritu paseandero de la mandataria habría sido cortado de raíz por la representación nacional. Del mismo modo, la primavera de “mochasueldos”, “niños” y aguinaldos que florece sin pausa en la plaza Bolívar habría sido aprovechada en Palacio de Gobierno para desacreditar a sus tradicionales enemigos ante la ciudadanía. Pero nada de eso ha sucedido en el 2023. Todo ha sido un intercambio de requiebros, palabras pronunciadas al oído y cesiones de espacio para las evoluciones que le apetecen a la otra parte. Igual, insistimos, que en un prolongado “cheek to cheek”. Se ha producido, desde luego, la ocasional observación de una ley o la excepcional censura ministerial, pero esos pasos quimbosos no rompen la magia criolla del vals que envuelve a los dos poderes.

No obstante, en el fondo de sus conciencias –es un decir–, los representantes de cada una de las entidades que se mueve sobre la pista de baile saben que toda pieza acaba en algún momento, y tienen que estar preparándose para ello. Los problemas económicos y de criminalidad desatada a los que hemos aludido antes reclamarán, un día no muy lejano, una exhibición de colmillos no coreografiada de parte de los ocupantes del hemiciclo, sobre todo cuando la fecha de las nuevas elecciones esté a la vista y la necesidad de dejar de lucir gobiernistas se imponga a cualquier otra consideración. Y, en ese instante, el Gobierno responderá con las armas habituales: denuncias de otoronguismo irredento, clamores indignados por la postergación de las iniciativas que ha enviado al Parlamento, etc. La pregunta que cabe hacerse en la hora presente es, entonces, ¿hasta cuándo se extenderá la danza armónica entre Ejecutivo y Legislativo? Y es aquí donde acuden en nuestro auxilio los versos iluminados del “Perreo chacalonero”.

- Duro, duro, duro -

En opinión de esta pequeña columna, la respuesta es terminante a la vez que enigmática: hasta que choque el hueso. Por lo que habrá que permanecer con el oído aguzado y mientras tanto seguir coreando: “duro, duro/duro, duro, duro”.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.






Mario Ghibellini es Periodista

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