Mario Ghibellini

Hay secretos que se llevó a la tumba. ¿Quién era el padre de Hugo, Paco y Luis (los tres “sobrinos” del Pato Donald)? ¿Cuál era exactamente el contenido de la botellita que Alicia se bebió al entrar en el País de las Maravillas? Y, sobre todo, ¿qué tan formal era la actividad minera de los siete enanos que acogieron a Blancanieves en su casita del bosque? Es verdad que la idea de que esos pequeños personajes se dedicaban a remover las entrañas de la tierra estaba ya en la versión del cuento que los hermanos Grimm recogieron de la tradición popular hace más de 200 años, pero fue en la película de Disney donde supimos que no se dedicaban a esa tarea de manera precisamente artesanal. Premunidos de picos y palas de buena factura, trabajaban en un socavón en el que había hasta rieles para llevar en vagones el material que extraían de la roca hasta la superficie. Eso supone inversión y organización empresarial... Pero no necesariamente legalidad. Más bien, existen datos desperdigados a lo largo de la fábula que sugieren todo lo contrario.

Ilustración: Víctor Aguilar Rúa
Ilustración: Víctor Aguilar Rúa

–Revejidos ‘pirañitas’–

Pensemos. Si la mina de los enanos hubiera tenido registro formal, la reina malvada no habría tenido que recurrir al espejo embrujado para saber dónde se ocultaba Blancanieves. Simplemente, habría sacado el dato del catastro minero y, disfrazada con el arte que exhibió en más de una ocasión, se habría trasladado hasta el lugar en cuestión para esperar a que Dormilón, Estornudo y sus hermanos salieran de la galería subterránea y luego seguirlos hasta su cabaña. Por otra parte, es evidente que ellos tenían que vender sus productos en algún lado; el film, sin embargo, nunca nos muestra dónde. Maliciar transacciones en el mercado negro de los metales y las piedras preciosas que Disney prefirió ahorrarles a los espectadores infantiles no es, por lo tanto, descabellado. Finalmente, el afán de vivir en medio de la espesura agreste remite a una indudable voluntad de no ser detectados por las autoridades: la idílica morada que albergaba el mundo en miniatura de los enanos, nos tememos, era en realidad una guarida siniestra.

Establecida la ilegalidad de aquella operación minera, surgen otras preguntas relacionadas con los delitos habitualmente asociados a esa primera práctica criminal. Es decir, delitos en los que los menudos individuos que nos ocupan también podrían haber incurrido. Nos referimos concretamente a la tala ilegal, la trata de personas y la extorsión. ¿No luce acaso el bosque en el que se desarrolla la trama principal de la historia un tanto deforestado? ¿Estamos seguros de que Blancanieves era una huésped agradecida en la cabañita y no la víctima de un secuestro? ¿No le habrán cobrado los enanos un cupo al Príncipe Azul para mostrarle el escondrijo donde su futura prometida dormía el sueño inducido por la manzana envenenada? De esos revejidos ‘pirañitas’, todo se puede esperar.

De hecho, si alguien propusiese considerarlos patronos de la que hoy azota nuestro país, seguramente encontraría eco en la opinión pública. Pero también objeciones. Y no solo de parte de quienes, a pesar de los abundantes indicios en sentido contrario, preferirían permanecer leales a cierta fantasía sobre la naturaleza virtuosa de sus héroes de infancia, sino también de parte de quienes siguen el acontecer político nacional con un mínimo de atención.

No olvidemos que esta semana se produjo en el una votación que, por abrumadora mayoría, derogó una disposición del Ejecutivo que suponía un tímido avance en la lucha contra el flagelo de marras. Dentro del Decreto Legislativo 1607, en efecto, el Gobierno incluyó una disposición complementaria que permitía a la Policía actuar ante la tenencia ilegal de explosivos por parte de personas que tuvieran su inscripción en el Registro Integral de la Formalización Minera (Reinfo) suspendida. La mentada disposición, además, otorgaba a los mineros informales que estuvieran trabajando en una concesión minera ajena un plazo de 90 días para acreditar el permiso del titular para hacerlo. Y ahora todo eso ha sido borrado de un plumazo.

La iniciativa no solo recibió 79 votos a favor (y solo 16 en contra y 11 abstenciones), sino que fue exonerada de segunda votación. Adicionalmente, 9 de las 11 bancadas presentes en el Congreso firmaron un acta virtual que hizo posible la exoneración del dictamen en comisión que hacía falta para que la medida se discutiera en el pleno. Algo que, por cierto, difícilmente podría haber ocurrido sin la aquiescencia de los líderes de los partidos a los que tales bancadas pertenecen: Perú Libre, Fuerza Popular, Somos Perú y Alianza para el Progreso, entre otros. Una vez puesta al voto, por lo demás, la iniciativa recibió también el apoyo de congresistas de Renovación Popular, Perú Bicentenario, Acción Popular, Podemos Perú, Cambio Democrático-Juntos por el Perú, el Bloque Magisterial y del archipiélago de los no agrupados. Una muestra de que, cuando queremos, los peruanos sabemos unirnos.

–Horda ecuménica–

Toda esa horda ecuménica, finalmente, fue acaudillada por el presidente de la Comisión de Energía y Minas, Segundo Quiroz (Bloque Magisterial), quien sostuvo en vibrante discurso que la disposición derogada “era una medida inconveniente para atender la compleja problemática de formalizar a la pequeña minería y la minería artesanal”. Y de pronto, frente a la inmensidad de ese descaro, los mineros ilegales de Disney quedaron convertidos en unos auténticos enanos. Que no nos vengan con cuentos.

Mario Ghibellini es periodista

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