"En Estados Unidos y algunos otros países de cultura anglosajona se utiliza la expresión ‘lame duck’ (pato rengo) para referirse al político que ostenta un cargo de elección popular cuya vigencia está próxima a expirar". (Ilustración: Víctor Aguilar)
"En Estados Unidos y algunos otros países de cultura anglosajona se utiliza la expresión ‘lame duck’ (pato rengo) para referirse al político que ostenta un cargo de elección popular cuya vigencia está próxima a expirar". (Ilustración: Víctor Aguilar)
Mario Ghibellini

Conforme nos acercamos al , es cada vez más claro que el JNE terminará proclamando a presidente. Todos los pedidos de nulidad de actas vistos hasta ahora han sido desestimados en esa instancia y nada hace pensar que la suerte de los que falta revisar vaya a ser distinta. Como se sabe, la forma en que la máxima autoridad electoral viene funcionando desde el apartamiento de enfrenta problemas legales (señalados hasta por quien ha tenido que sucederlo en la responsabilidad: el fiscal Víctor Rodríguez Monteza), pero eso no parece turbar a Salas Arena y en consecuencia el final del drama que lo tiene como protagonista resulta previsible.

Para y sus actuales aliados esto tiene que resultar tan evidente como para cualquier otro y sin embargo, ellos persisten en cuestionar algunos aspectos del registro de los votos emitidos en la segunda vuelta a través de marchas, manifestaciones y gestos de diverso tipo, unos más afortunados que otros…

La pregunta que esto sugiere, por supuesto, se cae de madura. ¿Qué sentido tiene todo ese despliegue de recursos ante un desenlace cantado? ¿Será acaso solo la actuación de una pataleta generada por la enésima derrota? ¿O, como pretenden los más sofocados de los objetores de la agónica resistencia, se tratará de un embozado llamado a los cuarteles? Pues en opinión de esta pequeña columna, la respuesta correcta no es ninguna de las anteriores.

–Pato a la norteña–

En Estados Unidos y algunos otros países de cultura anglosajona se utiliza la expresión ‘lame duck’ (pato rengo) para referirse al político que ostenta un cargo de elección popular cuya vigencia está próxima a expirar. La identificación entre uno y otro tiene que ver con el hecho de que a ambos se les hace difícil el movimiento y por lo tanto están expuestos a los ataques de quienes andan tras ellos, ya sea que hablemos de cazadores, opositores o simples fiscalizadores.

En nuestro país, no obstante, estamos acostumbrados a que los fenómenos políticos habituales en otras latitudes se presenten de manera caprichosa, y se diría que esta no es una excepción, pues lo que tenemos en estos días no es un pato rengueando a la salida de nada, sino más bien en el umbral de algo que está por definirse.

Sin haber sido siquiera proclamado, efectivamente, Castillo exhibe una cojera que podría complicarle un eventual ejercicio de la presidencia. Entre las causas de su paso desigual se cuentan desde luego las dudas, legítimas o infladas, sobre el conteo de votos que el JNE está a punto de validar –y que Fuerza Popular y sus aliados han alimentado tan perseverantemente–; pero también hay otras.

Nadie puede ignorar, por ejemplo, el flaco favor que le están haciendo los destapes del caso y la tesis –planteada por la Fiscalía– de que la campaña de Perú Libre habría sido financiada con dinero proveniente de sus actividades ilícitas. Tampoco lo ayuda, como es natural, el cerco que se está estrechando en torno al congresista electo de ese partido Guillermo Bermejo y sus presuntos vínculos con los Quispe Palomino. Y por si eso fuera poco, los anuncios de la referida organización política sobre sus intenciones de castigar a la prensa que recoge las denuncias incómodas para sus líderes con una ley de medios que “termine” con ellos han refrescado el recuerdo de las más crudas amenazas de Castillo contra el sistema democrático durante la campaña.

Con todos esos pesos a cuestas, el profesor cajamarquino luce, pues, como un pato norteño que arrastra un pie en su afán por llegar a Palacio y no parece comprender las dificultades que esa cojera podría imponerles a sus devaneos, empezando por el de la “instalación” de una a la que no tendría cómo convocar sin atropellar el orden institucional.

Para impulsar una movida chavista de esas dimensiones, él necesitaría de una legitimidad de origen sobre la que no pesara ni una sombra de duda y de una popularidad avasalladora en las calles. Y tenemos la impresión de que ninguna de las dos cosas está por el momento a su alcance. La primera, por la actividad febril de quienes insisten con la teoría del “fraude en mesa”; y la segunda, por todos los otros problemas mencionados líneas arriba.

La poción del poder, sin embargo, produce visiones engañosas y nos tememos que, si llegara a beberla, Castillo no se percataría de su andar desacompasado e intentaría de todos modos empujar el proyecto de ribetes autoritarios que lo desvela. Y ahí es cuando podrían aparecer los cazadores furtivos.

–Ejercicio ocioso–

Un Castillo cuestionado en la fuente de su mandato y sin un respaldo abrumador de la población que pretendiese avanzar sobre el nuevo Congreso sin la en la mano atraería, en efecto, de inmediato la atención de sus más jurados opositores. Y también su puntería.

Y aunque por la salud de la democracia en el país, lo deseable sería que alguien de su confianza le aconsejase que, de llegar a ceñirse la banda embrujada, mejor no se le ocurra apartarse del cauce constitucional, ya se sabe que advertir a un pato rengo contra los peligros de dar un paso en falso es por lo general un ejercicio ocioso. Qué horizonte tan gris el que se vislumbra en estos días de invierno.

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