Congresistas de seis distintas bancadas han presentado esta semana una moción para interpelar al titular del Interior, Víctor Torres. En la medida en que estamos en medio de un receso parlamentario, la visita del ministro al hemiciclo no es todavía un asunto resuelto y la fecha para la que podría ser citado es incierta. Pero está claro que, no bien se inicie la próxima legislatura, la moción será aprobada y que entonces, con la inexorabilidad de la muerte, la fatídica fecha llegará. Las razones esgrimidas por los firmantes de la iniciativa tienen que ver con la persistencia de los altos índices delictivos en el país desde que Torres empezó su gestión y con su incapacidad para justificar ante la Comisión de Defensa la remoción del ahora excomandante general de la PNP, Jorge Angulo. Es decir, carne hay; y legisladores con ganas de censurarlo, también. El hecho de que hasta el momento Fuerza Popular y APP no se hayan sumado al empeño introduce, desde luego, un elemento de duda con respecto a la posibilidad de materializar ese segundo objetivo. Pero el ministro sabe que en política los vientos cambian repentinamente y en consecuencia no respira tranquilo.
–El ministro elefante–
Apenas tuvo noticia de que la moción para interpelarlo se estaba gestando, el titular del Interior compareció, en efecto, ante la prensa para, literalmente, improvisar una defensa de su performance en la cartera que administra. Por un lado, recurrió al consabido expediente de denunciar que existen “personas interesadas en desestabilizar el sector” (Mum-Ra, La Garra Siniestra, el profesor Moriarty, usted escoja) y, por el otro, a la victimización plañidera. Tras recordar que su carrera en la policía ha sido de 40 años y que se retiró con un legajo limpio, gimoteó: “[Ahora] resulta que, en dos meses, soy el peor ser humano que pueda tener Lima y el Perú”. Una emotiva evocación de esa escena de la película “El hombre elefante” en la que el protagonista, al verse cercado por una turba hostil, clama: “¡No soy un monstruo, soy un ser humano!”.
Ensayó también Torres el talante enérgico y sentenció con voz vibrante que “renunciar sería un acto de cobardía” y que permanecerá en el cargo “mientras la señora presidenta disponga lo contrario” (un auténtico desafío a la lógica, cuya solución tendría que ser demandada en el pliego interpelatorio, aunque solo fuese por curiosidad intelectual). Sabedor, sin embargo, de lo relativo de la eficacia de todos esos recursos para neutralizar a quienes se han propuesto censurarlo, el ministro se guardó para el final un arma secreta: el anuncio de la inminente captura de Vladimir Cerrón, el sentenciado líder de Perú Libre que lleva cuatro meses prófugo de la justicia. Un logro que con seguridad provocaría que lo levantasen en hombros y lo convirtieran en el nuevo patrono de la policía.
El problema, no obstante, fueron los términos ambiguos en que formuló el anuncio. “En cualquier momento, pierdan cuidado, se dará la sorpresa”, fue lo que dijo. Y a muchos nos surgió una cierta duda acerca del tipo de sorpresa al que podía estarse refiriendo, pues es de público conocimiento que el Gobierno ha cultivado hasta ahora una impericia sospechosa en sus esfuerzos por echarle el guante al ex gobernante regional de Junín. Ha sido precisamente por andar proclamando a los cuatro vientos que ya se lo tenía acorralado en las inmediaciones de tal embajada o en tal distrito limeño que Cerrón se le ha escurrido a la gendarmería local varias veces de las manos, para luego hacer mofa de ella en las redes. Tan severo ha sido el escarnio que el exgobernador regional de Junín ha hecho de la PNP, que el nuevo comandante general de esa institución, Víctor Zanabria, ofreció a poco de haber asumido el cargo capturarlo en dos semanas. Un plazo que casualmente se cumple mañana, pero que, a juzgar por la euforia mostrada en estos días por sus prosélitos puneños, no debe tener preocupado al fugitivo.
Habida cuenta de su formación cuasi castrense, se entiende en realidad que el titular del Interior le conceda una importancia estratégica al factor sorpresa. Pero, vamos, alguien tendría que hacerle notar que la supuesta ventaja que este le reporta a quien se dispone a asestar un zarpazo inesperado se echa a perder cuando uno pone al enemigo sobre aviso de sus intenciones. Y eso es exactamente lo que el ministro ha hecho. Otra vez.
–Amigos escondidos–
Una posibilidad que no podemos descartar, por supuesto, es que nos encontremos ante un caso de torpeza monda y lironda. Pero cabe también una interpretación distinta de las palabras del ministro. Una en la que el vocablo “sorpresa” sea entendido más bien en su acepción festiva. Es decir, esa que supone amigos escondidos en los lugares más insólitos y una lluvia de serpentinas cuando el festejado sale de su propio escondite y decide permitirse un rato de solaz en medio de la persecución fingida. ¿Ante cuál de los dos escenarios nos encontramos? Quién sabe. Habrá que preguntárselo al señor Torres el día de la interpelación, antes de votar la censura.