Gladys Pereyra Colchado

No hay silencio en la selva. En medio del Parque Nacional del Manu, después de un viaje que tarda tres días, entre árboles centenarios que han sobrevivido varias generaciones, lejos de carreteras, de voces y de los ruidos mecanizados de la ciudad, suena la vida. Cocha Cashu, la primera estación biológica que tuvo el Perú, rebosa de sonidos que no son otra cosa que la evidencia de que todo se mueve cuando te detienes a escuchar: múltiples cantos de aves, aullidos de las varias especies de monos que surcan las altísimas copas, el rugido que hacen los lobos de río cuando juegan o se pelean con caimanes y la sinfonía –especialmente nocturna– de miles de insectos cuyos tamaños triplican a sus pares de otras zonas del país.

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