Una colección de piezas de madera y cobre abarrotan las repisas ubicadas en la parte delantera de la casa de Maritza Juárez, la misma que hace pocos años convirtió en una tienda donde ofrecer su arte. Desde cofres hasta adornos de mesa, cada una de estas obras buscan mostrar alguna parte de su querida ciudad o narrar la historia de quienes vivieron hace siglos en estas tierras.
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Como parte de la campaña Peruanos que Suman, de El Comercio y el BCP, hemos llegado a Moquegua para conocer a una artesana que busca revalorar la historia de su tierra y, sobre todo, que el Perú conozca más sobre la cultura Chiribaya.
Hace 20 años Maritza dividía su tiempo entre criar a sus tres hijos y dar clases de manualidades en su barrio. Sin embargo, cuando a Miguel, Ricardo y Caroline les tocó mudarse a Arequipa para estudiar una carrera universitaria ella decidió refugiarse enteramente en su taller y explorar más a fondo su lado de artesana.
“Para aliviar la pena de que mis hijos hayan tenido que mudarse a otra ciudad decidí enfocarme más en la artesanía, de alguna forma me ayudó a sobrellevar eso”, nos cuenta desde su tienda.
Lo cierto es que Maritza llevaba el talento en la sangre. Su madre, doña Joaquina, había sido una talentosa modista y trabajado con cobre cuando ella aún era pequeña. Mientras que su padre, don Abraham, pasaba largas horas tallando madera cuando no se encontraba trabajando en la mina.
Ansiosa por aprender más sobre este noble oficio, Maritza comenzó a capacitarse. Primero mediante el Museo Contisuyo y luego a través de los cursos que ofrecía la Dirección Regional de Comercio Exterior y Turismo en la ciudad. “Ahí conocí más sobre las culturas que existieron en Moquegua: la Tiahuanaco, la Wari y sobre todo la Chiribaya”, recuerda.
Los colores y formas que utilizaron los miembros de esta cultura que habitó el centro-sur de los Andes entre los años 900 y 1450 cautivaron de inmediato a Maritza. “Me enamoré de la cultura Chiribaya, comencé a pintar su iconografía, los motivos de sus huacos. Llegó un momento en el que me sumergí tremendamente en esto, yo comienzo a las 4 de la mañana hasta que se acaba el día, si tuviese más de 24 horas yo seguiría”, confiesa riendo.
Su talento llevó a Maritza a participar de ferias como “Nuestras Manos”, “Perú, Mucho Gusto” o las Macro Regionales del Sur. En cada una de ellas, asegura, ha intentado ser la mejor embajadora de su tierra. “La misión del artesano es contar sobre lo nuestro para que otros compatriotas nos visiten”, explica.
Sus piezas han gozado de gran acogida, razón por la que actualmente tiene clientes fieles en todo el Perú, Chile y hasta Países Bajos. Por ello hace unos años decidió convertir parte de su casa en Makikuna, su tienda de artesanías. Un negocio que ha florecido de tal forma que terminó involucrando a toda su familia, especialmente a su hijo Miguel, quien ahora se ha convertido en el más exigente supervisor de calidad de sus piezas.
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Desde su pequeño local Maritza se ha trazado un objetivo: que cada vez más peruanos conozcan sobre aquella cultura que de tanto orgullo la llena. “Hay muchas cosas por hacer. Cuando empecé teníamos principalmente tejidos y artesanía de la zona altoandina. Actualmente hay mucho más acogida del propio pueblo moqueguano, salimos a ferias, nos capacitamos y tenemos más opciones de contar la historia de cada pieza. Yo creo que los peruanos no conocemos lo suficiente de la cultura Chiribaya, yo no conocía de ella antes de empezar en la artesanía así que creo que todos podemos aprender”, asegura.
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