En un block amarillo, escrito a mano con una letra que él mismo reconoce ilegible, está uno de los libros que ha terminado de corregir. “Vecino olvidado” es el título tentativo, y es un ensayo sobre el trato desigual que ha tenido Estados Unidos con Latinoamérica en los últimos años.
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En la misma mesa hay otro libro sin título –este sí tipeado–, una autobiografía que recién podrá ser publicada cuando termine “todo esto”, dos palabras con las que resume su presente judicial.
Pedro Pablo Kuczynski, el vecino olvidado de la calle Choquehuanca, vive un doble encierro entre la pandemia del COVID-19 y los 36 meses de arresto domiciliario que le impusieron, y que se cumplen en abril.
Sería inexacto decir que está solo. Una enfermera permanente, un fiel guardián y una cocinera marcan el ritmo de esta enorme casa por la que antes, cuando él estaba en el poder, circulaban ministros, congresistas, asesores, partidarios de Peruanos por el Kambio.
La silenciosa parsimonia que se vive allí ahora es solo interrumpida por las voces de los jueces y abogados durante las audiencias virtuales, o por las ocasionales visitas de los pocos políticos que no son testigos o están bajo investigación en sus procesos penales: Alfredo Thorne, Carlos Bruce, Carlos Basombrío, Jorge Nieto, Mercedes Araoz y algunos otros.
No está solo, pero sí aislado. Antes de que empezara “todo esto”, Nancy Lange viajó a Estados Unidos para atender a su hermano, quien padece de una enfermedad degenerativa, y también para ayudar en los cuidados de su madre. Luego vinieron los allanamientos, la pandemia, el alejamiento físico y las conversaciones diarias con su esposo, pero vía WhatsApp.
Por estos días, el único familiar cercano que lo acompaña en Lima es Miguel (en Londres, donde vive, lo llaman Michael) Kuczynski, su hermano menor. “Pedro Pablo está un poco deprimido, porque esto sigue y sigue”, cuenta Miguel, docente en la Universidad de Cambridge y especialista en macroeconomía y política monetaria, aunque las circunstancias lo han convertido empíricamente en un estudioso del derecho penal peruano.
PPK tiene sus cuentas bancarias embargadas y, aunque la pensión de expresidente sirve para mantener la casa, no alcanza para pagar abogados. Él es acusado de lavado de activos, en un caso relacionado a las consultorías que realizó a la empresa Odebrecht a través de las empresas Westfield Capital y First Capital.
Cuando asumió la presidencia, tenía 77 años y caminaba con facilidad, hacía ejercicios, a veces bailoteaba, como en aquel lejanísimo 2016. Ahora, a los 83, las prioridades son otras. Con la espalda encorvada y el rostro comprimido, Kuczynski se somete a controles constantes: una vez al mes la prueba de tiempo de protrombina, que certifica que su sangre es suficientemente líquida para atravesar la válvula artificial que tiene en el corazón y, con mayor frecuencia, las pruebas de antígeno prostático. Lejos del poder político, PPK se esfuerza por gobernar su cuerpo.
¿Qué recuerdos materiales guarda un presidente en el encierro? Apenas algunos libros, un cuy de peluche con ropa fosforescente, una portada de El Comercio enmarcada donde destaca una frase inaugural de su breve gobierno (“Vamos a trabajar para todos”), un retrato suyo que el artesano Luis Quispe creó usando hojas de coca. Y nada más. La banda roja y blanca permanece en algún cajón de una habitación que nadie usa. Así se guardan los recuerdos incómodos.
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