En 7 meses, Dina Boluarte ha dado 5 mensajes a la nación; ha presentado dos proyectos de adelanto de elecciones; ha pensado en renunciar (según nuestras fuentes, Alberto Otárola y su exasistenta Grika Asayag fueron sus principales soportes emocionales para que no lo hiciera); la fiscal de la Nación la investiga por muertos en protestas que pedían su cabeza; ha visto al MEF y al BCR ajustar a la baja sus proyecciones de crecimiento; y las encuestas marcan la caída de su aprobación (de 12% en junio a 10.9% en julio, según IEP). De bonus track, sumemos una contingencia, inédita en nuestro presidencialismo: el primer ministro, Alberto Otárola, la apantalla.
Con ese perfil y estas tribulaciones; esperábamos que este mensaje de Dina, sin la sombra de Alberto a su lado, hubiese sido concebido para subirle unos puntos. ¿Lo fue? En principio sí; tanto, que, en la introducción, prometió que no sería un “discurso presidencial tradicional”. Pero lo fue, salvo una variante de estructura. Tal como me lo contó una fuente del Ejecutivo, se quería que el mensaje tuviese una línea narrativa, aunque tenue: “Primero, cómo encontramos el país; luego, los ejes transversales de política; y, finalmente, qué es lo que proponemos”, me dijeron. Es decir, ya no la seguidilla de capítulos por cada una de las 18 carteras, sino bloques temáticos en los que se embuten los sectores. En realidad, los bloques fueron un tanto caprichosos: ‘Un país enfermo de pobreza y corrupción’, ‘el desafío de la emergencia’, ‘del dicho al hecho, cumpliendo promesas’, ‘lo que nos proponemos hacer y lo haremos’ y ‘el Perú está de vuelta’.
Mira: Los ejes del mensaje presidencial.
Un par de bonus, externos, lo trajeron la iglesia y la calle: monseñor Carlos Castillo en el Te Deum, habló de encuestas que delatan la ‘lejanía de las dirigencias’ y de los ‘muertos que esperan justicia’. Hizo recordar las misas con filo político del cardenal Juan Luis Cipriani, pero esta vez con el signo opuesto, el de la teología de la liberación. La calle se calentó en la avenida Abancay, llegando, a la media hora del discurso, a provocar tal fumarola de gas lacrimógeno y percusión de manifestantes, que varios canales dividieron sus pantallas en dos como no veíamos desde el mensaje de Fujimori en el 2000 y la Marcha de los 4 Suyos. Pasados los picos de agitación, Boluarte recobró pantalla entera. En el Congreso estaba segura. Los congresistas no son su problema, ni sus enemigos; salvo el rechazo histriónico de algunos izquierdistas.
De eso no se habla
La promesa de que una reestructuración del mensaje –de enfoque sectorial a enfoque temático- le diera una cualidad narrativa, no se sintió en la lectura. La excesiva longitud -3 horas 7 minutos, según contómetro del colega Sebastián Ortiz- diluyó cualquier propósito de progresión o sorpresa dramática. Al menos, las líneas más importantes, ni sectoriales ni temáticas, sino dirigidas a la mayoría que la rechaza, están en la página 9, cuando aún se la oía con atención: “Con profunda y dolorosa consternación, pido perdón, en nombre del Estado, a los deudos de todos los fallecidos, civiles, policías y militares”. Una formulación oblicua, no del todo personal pues lo hace en nombre del ‘Estado’; pero que buscó dirigirse, en segunda persona, a una gran población que reclama reconocimiento y desagravio.
Lo demás cayó en la dinámica del discurso tradicional que ofreció evitar al inicio. Y mereció la invocación de la frase más tradicional en la crítica de los mensajes presidenciales: que fue una lista de lavandería. Hubo, claro, momentos de énfasis y aplauso, sobre todo cuando habló de avances o inicios de obras, como los hospitales regionales (un clásico para medir la vocación descentralizada de los gobiernos). Megaproyectos con destrabe reciente o próximo, como la subterránea Línea 2 del metro de Lima o Chavimochic, también animaron a la claqué congresal. Apunten, en el caso de Lima, que Boluarte dijo que lo que su gobierno haría por la capital, superaba las “diferencias ideológicas” con su alcalde. Fue la única mención a su identidad ideológica, aunque no definió cuál sería el dogma de Rafael López Aliaga, a ver si así nos acercábamos a identificar el suyo.
Mira: Así fue la jornada política del 28 de julio en imágenes.
El mensaje ha evitado la polémica con sectores del Congreso y, por extensión, con la opinión pública. Las menciones a la corrupción están hechas con pinzas y sin disculpas por los casos pillados en su gobierno. Sobre la lucha contra la inseguridad, hubo un pedido de facultades legislativas que le evitó mayores comentarios sobre lo que se busca avanzar o reformar en el terreno, y ya está legislado. A pesar de que estos dos temas, inseguridad y corrupción, son los dos que más preocupan a la gente según varias de las encuestas de los últimos meses; lo dicho sobre ellos no tuvo ni buscó impacto dramático.
Más importancia y, por eso estuvo en la primera parte del discurso, se le dio a la lista de desembolsos para obras de prevención ante el Niño costero, que el gobierno hará en los próximos meses. El rechazo del gobierno en el Norte, aunque no es beligerante como en el Sur, ha crecido lo suficiente como para que la prevención, real y necesaria, sea también una herramienta para recuperar legitimidad en esa macroregión y fortalecer la relación con uno de sus gobernadores, el de La Libertad. Hablamos de César Acuña.
Mira: Fact cheking al mensaje de la nación.
La Educación, terreno hiperideologizado en los últimos tiempos, fue cubierto con guantes. Boluarte no habló de la educación superior ni de las amenazas contrarreformistas a la Sunedu; pero se extendió sobre la educación escolar de forma aséptica. Si en algún momento marcó diferencias con el Congreso, fue con timidez, cuando recordó que el gobierno ha observado la ley que constriñe los plazos de la colaboración eficaz; y cuando lanzó, para el debate de la reforma política, ideas sobre la bicameralidad. No mencionó, sin embargo, la reelección de congresistas, lo que hubiera sido a la vez empático y provocador.
Si cabe destacar en el mensaje una idea para la continuidad de Dina es una promesa festiva: celebrar con bombos y platillos, de hecho más ruidosos que los que tuvo el deslucido bicentenario del 2021 cuando juró Pedro Castillo, los 200 años de la batalla de Ayacucho, aquella que el 9 de diciembre del 1824 puso remate y candado al proceso libertador. Boluarte ha prometido que su gobierno la celebrará en grande. He aquí un hito próximo, un plazo mínimo a partir del cual se divisará el horizonte, un tambo para repostar y llegar a la meta del 2026. Dina promete que llegará, al menos, a celebrar el día en que el Perú selló su independencia.