Cuando Ollanta Humala llegó a la segunda vuelta en el 2011, las alianzas eran predecibles y los gestos hacia el centro, eran ansiados. Su plan de gobierno había sido hecho con la colaboración de un equipo de técnicos de izquierda con sólido background académico, entre los que estaban Félix Jiménez, Sinesio López y Alberto Adrianzén. Habían escrito un bodoque de 198 páginas que, con orgullo, llamaron ‘la gran transformación’.
Humala había perdido la segunda vuelta del 2006 y tenía más ganas y recursos para ganar la del 2011. Había hecho un giro eficaz para llegar a este punto: abandonó el influjo destructivo de Hugo Chávez para cobijarse bajo el ala de Lula. Con él, llegó el apoyo marketero de Valdemir Garreta, el contratista de Luis Favre. El Brasil de Lula era, además, el de la izquierda industriosa que promovía las asociaciones público privadas para realizar megaproyectos. Eso era bien visto por sectores empresariales y de centro que tenían, parafraseando una popular frase de Steven Levitsky, ‘certezas’ contra Keiko Fujimori y solo ‘dudas’ sobre él.
Para convencer a los indecisos, había que mitigar los miedos al estatismo izquierdista que despertaba la ‘gran transformación’, tal como la habías reseñado los adversarios. Entonces surgió la idea de un documento escueto y moderado. ‘Hoja de ruta’, término vaciado de ideología, era una buena manera de llamarlo. El viernes 13 de mayo del 2011, a 3 semanas de la segunda vuelta que se celebró el domingo 5 de junio, presentó el documento, nombrándolo así. Eso le quedó muy claro al redactor de la web de El Comercio que tituló su artículo: “Ollanta Humala presentó hoja de ruta que busca cambio de rumbo”.
En su biografía “H & H” (Planeta, 2018) sobre Ollanta Humala y Nadine Heredia, Marco Sifuentes, adjudica la ‘hoja de ruta’ a algo que “Favre sacó de la manga” (pág. 326). En su relato del humalismo, Sifuentes le da menos importancia al anuncio de esas 6 páginas, que a lo que sucedió un día después, en la Casona de San Marcos. Rodeado de su equipo y de invitados independientes, Humala leyó, con solemnidad, el Compromiso en Defensa de la Democracia. En una pantalla gigante, apareció un video de Mario Vargas Llosa, respaldando al candidato.
Sin embargo, con el paso del tiempo, se esfumó el recuerdo del evento en la Casona, y la ‘hoja de ruta’ se popularizó como sinónimo del giro efectivo que había dado Humala. El ajuste del plan de gobierno había sido un equivalente técnico de la estrategia del polo rojo al polo blanco, nada menos. No solo quienes se habían opuesto a Humala en la campaña mencionaban la hoja de ruta para recordarle que se atuviera a la moderación prometida; sino que también la mentaban, en tono más bien despectivo, los izquierdistas que llegaron aliados a él al Congreso. Para Verónika Mendoza y Sergio Tejada, por ejemplo, la ‘hoja de ruta’ los llevó al quiebre.
Así, que, mucho ojo: lo que para algunos podría ser un signo concesivo de quien busca seducir a electores indecisos, para sus socios sería una traición. Por eso, el principal soporte político de Pedro Castillo, el líder de Perú Libre, Vladimir Cerrón, se ha apresurado en salir a decir en entrevistas, que no habrá bendita hoja. Para que no queden dudas, lo tuiteó el martes 13: “No habrá Hoja de Ruta con #PerúLibre y #PedroCastillo. Somos un partido consecuente y consciente de sus planteamientos”.
Viraje cantado
Humala hacía mucho caso a Luis Favre y es cierto que éste bregó para que su asesorado se desembarazara del discurso y las consignas de la izquierda dura. Conversé algunas veces con él y me contó sus tensiones con el entorno izquierdista de Ollanta. En su pragmatismo y asertivididad marketera, había que reducir el antivoto antes de lanzar una campaña propositiva.
Por todo eso, no dudo que a Favre le pareció una buena idea lanzar las 6 páginas como un ajuste a la ‘gran transformación’ y dejar de agitar aquella. Sin embargo, los hechos muestran otra ruta para la hoja de ruta, trazada independientemente de Favre. Busqué al ex presidente para que me lo confirme, pero no me respondió. Llamé a Salomon Lerner Ghitis, que fue su jefe de campaña y luego primer ministro, y me dio su versión.
‘Siomi’ Lerner me contó que al lunes siguiente de la primera vuelta del 10 de abril del 2011, se reunió el cogollo humalista para tramar la estrategia de la segunda vuelta. Sabían que necesitaban respaldos. Me contó de una reunión con acciopopulistas en la que estuvieron, entre otros, Raúl Diez Canseco, Edmundo del Águila Morote, Víctor Andrés García Belaúnde. Y me habló de otra con gente de Perú Posible, el partido de Alejandro Toledo.
Toledo, que era el más antifujimorista de quienes compitieron en la primera vuelta, decidió respaldar a Humala y parte de su apoyo fue poner a disposición de su campaña a técnicos de su entorno. Según el relato de Lerner, fue con estos últimos, entre los que estaban Kurt Burneo, Alfonso Velásquez y Daniel Schydlowsky con quienes se acordó morigerar el plan, siempre bajo la batuta de Jiménez, quien estuvo de acuerdo con ese gesto de cara a la segunda vuelta.
Hablé con Jiménez y él no hace distingos entre técnicos de uno u otro entorno. “Eso hacen los políticos”, me dice, y me confirma que, en efecto, había dos puntos claves en el plan que, según él, habían sido malinterpretados por la prensa adversa a Humala. Un punto era el de la ‘nacionalización’. En efecto, esta se menciona en el plan, pero como una propuesta para orientar la economía a la expansión de mercados internos, no como la estatización de recursos y empresas. “Se resolvió que mejor era no hablar de ello”, me dice Jiménez y recuerda que el otro tema fue el del impuesto a las sobre ganancias. Ello también se eliminó.
Por cierto, ni Lerner ni Jiménez recuerdan que se hablara de ‘hoja de ruta’ en todo el proceso que llevó a la presentación del plan. Es más, el documento se llama Lineamientos Centrales de Política Económica y Social para un Gobierno de Concertación Nacional y no dice ‘hoja de ruta’ en ninguna parte. Fue Humala quien mencionó y subrayó el término en la ceremonia de presentación. O lo había acordado con Favre o él mismo lo sacó del lenguaje burocrático que conocía en su paso por el ejército y las agregadurías militares. La charla con Jiménez acaba con una ironía que me autoriza citar: “Igual, Ollanta traicionó la hoja de ruta. La cambió por el piloto automático”.
Un mes por delante
El nombre, pues, está descartado porque tanto los ‘castillistas’ como los izquierdistas más proclives a ser sus posibles aliados, lo recusan. Pero no se puede descartar que exista un equivalente, llámese acuerdo, pacto o compromiso. El antecedente de la segunda vuelta humalista puede quedar, al menos, como referente para marcar plazos: aquella vez sucedió a la mitad de la segunda vuelta de modo que, por lo menos, queda un mes para, si así quisieran, Castillo y Perú Libre ajusten sus propuestas de gran cambio.
Por ahora, el puntero se afirma en su extremo y los perdedores se toman su tiempo para medir su capacidad de endose y coalición. Cerrón se ha apresurado a resumir el plan de Perú Libre, de hecho más radical que la ‘gran transformación’ de Humala. Ese apuro podría estar delatando el afán de cerrar la ruta de quienes quisieran llegar a Castillo sin pasar por él.
El momento podría dar la razón a quien se afirma en su extremo. En el 2011 estábamos en un ciclo de crecimiento económico sostenido y había mayor confianza en el modelo que Humala pretendía cambiar. La ‘hoja de ruta’ era una promesa de hacerlo gradualmente sin asustar al emprendedurismo reinante. Ahora, el malestar ante la suma trágica de pandemia y crisis, sintoniza con propuestas radicales.
Verónika Mendoza tiene el equipo técnico más solvente en la izquierda. En el último tramo de la campaña a la primera vuelta, Pedro Francke, el autor del corazón económico del plan de Juntos Por el Perú, estuvo muy activo resumiendo las virtudes del plan y subrayando que no tuviera propuestas de estatización. Mendoza hacía lo propio en cada debate y entrevista. Sin hacerlo muy obvio, el espíritu conciliador que llevó a hacer una hoja de ruta en el 2011 estaba presente en esa izquierda. Pero ganó otra, más radical. Que los técnicos de Juntos Por el Perú marquen una ruta de ajuste a Castillo equivalente al del 2011 es, por ahora, una especulación atrevida.
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