“El viaje de Chihiro” inicia el reestreno de las películas de Studio Ghibli por todo lo alto

Han pasado más de dos décadas desde que “El viaje de Chihiro” cautivó al mundo con su desbordante imaginación, su profunda carga emocional y su singular estilo visual. Ahora, la obra maestra de Hayao Miyazaki regresa a la pantalla grande como parte del ciclo “Mundo Ghibli”, una celebración imperdible del icónico estudio japonés que incluirá el reestreno de varias de sus películas más queridas.

Volverla a ver, es encontrase con una cinta que sigue tan fresca, misteriosa y profundamente humana como en 2001.

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Un clásico atemporal

La historia de Chihiro Ogino, una niña de diez años que se ve atrapada en un mundo mágico lleno de dioses, espíritus y criaturas fantásticas, ha sido comparada con “Alicia en el país de las maravillas” por su estructura de viaje iniciático. Pero lo que Miyazaki logró con esta película va mucho más allá del relato fantástico.

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Con una sensibilidad única, el director japonés construyó un universo en el que lo bello y lo aterrador coexisten, en el que la transformación física de los personajes (como los padres de Chihiro convertidos en cerdos o el siniestro Sin Cara devorando todo a su paso) es también una metáfora de lo emocional y lo moral. En ese mundo oscuro con entidades enigmáticas, la pequeña Chihiro va creciendo, adaptándose, encontrando su fuerza y su compasión.

Volver a ver la película ahora, en pantalla grande, es una experiencia incluso más conmovedora que hace años. Porque “El viaje de Chihiro” no se limita a encantar: también interpela, incomoda, maravilla. Cada detalle está cargado de intención y simbolismo, cada personaje tiene una historia por descubrir. Y aunque está pensada desde una mirada infantil, su profundidad filosófica y emocional la convierte en una experiencia transformadora para cualquier edad y se podría decir que se va profundizando conforme vamos creciendo.

Belleza visual que traspasa el tiempo

Una de las razones por las que “El viaje de Chihiro” sigue siendo tan relevante es por la belleza de su animación. A diferencia de muchas películas animadas actuales, que apuestan por un ritmo acelerado y efectos digitales, Miyazaki y el Studio Ghibli construyeron su universo con paciencia artesanal. Cada fondo fue pintado a mano, cada movimiento animado con detalle obsesivo.

Esa dedicación se traduce en paisajes que parecen vivos, personajes cuya gestualidad transmite emociones genuinas y una atmósfera que oscila entre la nostalgia, lo onírico y lo perturbador. Hay escenas que parecen detenidas en el tiempo por su belleza: el tren que cruza un paisaje inundado, el vuelo sobre el río, el baño purificador del espíritu apestoso.

Ver “El viaje de Chihiro” en cine, con su restauración en alta definición, permite redescubrir esa riqueza visual en todo su esplendor. Los matices de luz, las texturas de los escenarios, la música hipnótica de Joe Hisaishi: todo está diseñado para envolver al espectador en una experiencia sensorial completa.

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Un regreso que inaugura el ciclo “Mundo Ghibli” por todo lo alto

El reestreno de “El viaje de Chihiro” no llega solo. Es el inicio del ciclo “Mundo Ghibli”, un evento cinematográfico que traerá de vuelta a los cines varias películas emblemáticas del estudio japonés. Entre ellas están títulos como “El cuento de la princesa Kaguya”, “La princesa Mononoke”, “La colina de las amapolas”, “Recuerdos del ayer”, “Se levanta el viento”, entre otras.

Esta iniciativa es una oportunidad única para ver (o volver a ver) estas películas en pantalla grande, tal como fueron pensadas originalmente. Más allá del entretenimiento, Studio Ghibli ha construido una filmografía que ha marcado generaciones y redefinido lo que puede ser la animación: una forma de arte que puede ser tan compleja, poética y emocional como el cine en imagen real.

El ciclo “Mundo Ghibli” también es una forma de celebrar a Hayao Miyazaki, quien a sus 83 años sigue activo y recientemente ganó el Premio Oscar por “El niño y la garza”, su película más reciente. Su legado, sin embargo, ya está asegurado, y “El viaje de Chihiro” es tal vez su expresión más perfecta.

Un retrato de la infancia y la identidad

Más allá de su deslumbrante forma, “El viaje de Chihiro” es una historia profundamente humana. Es una película sobre crecer, sobre perder el miedo, sobre aprender a mirar más allá de las apariencias. Chihiro empieza la historia como una niña caprichosa y temerosa, pero poco a poco se convierte en una joven valiente, capaz de actuar con empatía, astucia y amor.

Ese viaje de transformación es también una alegoría del paso de la infancia a la madurez. Miyazaki nunca subestima a su audiencia joven: confía en su capacidad de procesar emociones complejas, de enfrentarse al misterio, de comprender que el bien y el mal no siempre están claramente separados.

La historia de Chihiro también toca temas como la contaminación ambiental, la avaricia, la pérdida de identidad y el valor del trabajo. Todo esto está presente de forma sutil pero potente, entre líneas, como un susurro que acompaña a cada escena.

Una película que nos recuerda quiénes somos

“Chihiro” no es solo una de las mejores películas animadas de la historia: es también una de las más profundamente humanas. En un tiempo donde el cine muchas veces apuesta por lo inmediato, lo espectacular o lo comercial, el reencuentro con esta obra es un recordatorio de lo que el cine puede lograr cuando se hace con alma, con arte, con una mirada auténtica.

Volver a verla, además, nos conecta con nosotros mismos: con el niño o niña que alguna vez fuimos, con la capacidad de asombro que a veces olvidamos, con la necesidad de detenernos y mirar el mundo con nuevos ojos.

Así que si tienes la oportunidad de verla en cine, no la dejes pasar. Porque “El viaje de Chihiro” no solo es una película: es una puerta a otro mundo. Y cada vez que la cruzamos, regresamos un poco distintos.

La película se reestrena en cines de Perú este jueves 7 de agosto.